“En aquel instante Alain miraba a Lydia con vehemencia. Pero así la estaba escrutando desde que llegó a París, tres días antes. ¿Qué esperaba? Una súbita revelación sobre ella o sobre sí mismo.
También Lydia lo miraba, con ojos dilatados pero desprovistos de intensidad. Y al poco volvió la cabeza y, bajando los párpados, se quedó absorta. ¿En qué? ¿En sí misma? ¿Era ella esa ira rugiente y satisfecha que le hinchaba el cuello y el vientre? No era más que el humor de un instante. Ya se había acabado.
Aquello hizo que también él dejara de mirarla. La sensación se le había escurrido – una vez más imposible de apresar- como una culebra entre dos piedras.”
El fuego fatuo nos cuenta los dos últimos días en la vida de Alain, un joven de treinta años que ha utilizado siempre su atractivo para las mujeres como un medio para llevar una vida ociosa y elegante, que empieza a parecerle angustiosamente vacía y sin sentido. A lo largo de la novela, Alain se confiesa incapaz de desear las cosas que mueven a los demás, ya sea una familia, una posición económica o una obra artística. Ni siquiera sus relaciones de amistad o sus abundantes amoríos, le parecen firmes anclajes a la realidad. Siempre parece quedarse en la superficie de las relaciones, una sensación tan desoladora que solo puede mitigar con la droga. Durante el último día de su vida, antes del casi anunciado suicidio, Alain alterna, entre whiskys e inyecciones de heroína, con diversos personajes, algunos sinceros amigos, otros cordiales enemigos, que representan diversas justificaciones de la existencia, pero ninguno logra disuadirle de su absoluto rechazo de la vida.
Drieu mezcla la descripción objetiva en tercera persona y el monólogo interior, utilizando siempre un lenguaje lacónico y cortante, con el que consigue transmitirnos acertadamente tanto la sensación de desamparo del personaje como su violento rechazo de toda impostura que pretenda dar sentido a lo que no lo tiene.
El fuego fatuo es una de las primeras novelas que hablaron del uso de drogas entre la juventud burguesa de entreguerras, como una forma de experimentación o de paliar las secuelas de la vida en combate. Solo por eso merecería la pena su revisión. Además es una obra desazonante, que transmite una lúcida desesperación, y podría considerarse un precedente de El extranjero de Albert Camus y su filosofía del absurdo. Quizá recuerden la excelente adaptación cinematográfica de Louis Malle, con Maurice Ronet haciendo el papel de Alain. Si no es así, les remito al libro, hoy difícil de encontrar porque lo publicó entre nosotros Alianza Editorial en fecha tan lejana como 1975.
Javier Aspiazu
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