“Empieza a amanecer. No se sabe cuándo surgió esta leve claridad sobre las azoteas de la ciudad. Una sonoridad desconocida, nueva, vibra en el aire, y en la atmósfera se está produciendo el diario milagro. El reloj de un convento, madrugador y disciplinado, da cinco –o quizá seis, que tanto vale- campanadas; campanadas de esas que siempre parecen sonar lejanas. Por un instante se diría que se ha paralizado el curso de las cosas.
A poca velocidad, por una calle de las que van al centro de la ciudad, marcha un taxi. Ya no hay prisa; el momento de la prisa ha sido superado con el alba. Dorita mira por la ventanilla, y el calor de esa claridad que nace penetra en su alma pequeña a través de sus ojos cansados”.
La noria es, en primer lugar, un apasionado homenaje a la ciudad de Barcelona, la Barcelona de principios de los 50, proletaria y burguesa, arrabalera y bohemia, a pesar de estar sometida todavía al racionamiento y a la estricta moral católica impuesta por el franquismo. Pero es también un notable ejercicio de estilo, y más tratándose de la primera novela de su autor. En ese sentido, La noria tiene una original estructura coral en la que cada capítulo se centra en un personaje que cede el protagonismo a otro en el siguiente. Si en el primero es la vida de Dorita, la joven cortesana, la que se narra desde un taxi, cuando éste llega a su destino la narración se queda con las preocupaciones del taxista, engarzando su historia con la de su hija acudiendo al trabajo.
Por los treinta y siete breves capítulos desfilan así prostitutas, trabajadores, estudiantes, comerciantes, enfermeras, atracadores, vagabundos o vendedores ambulantes, entre otras figuras de esta comedia humana. La noria gira de un personaje a otro a lo largo de un solo día, como el Ulises de Joyce, entre la madrugada de un lunes y la de un martes primaveral de inicios de los 50, en una Barcelona todavía opresiva, en la que las heridas de la guerra civil están aún recientes, pero donde Las Ramblas y sus aledaños palpitan de vida nocturna, bulliciosa y febril.
A lo largo del libro, y ésta es otra de sus características diferenciadoras, el autor alterna la tercera persona del narrador con el monólogo interior, sintético y entrecortado, con el que intenta reflejar fielmente los pensamientos fugaces y cambiantes de los personajes. Romero pretende de esta forma describir a sus criaturas en un doble nivel, desde fuera y desde dentro de sus propias conciencias, consiguiendo unos personajes tan vívidos, tan reconocibles en sus inquietudes y tribulaciones cotidianas, que nunca dejan de interesar. A ello contribuye poderosamente la prosa ajustada, ágil, muy gráfica, que utiliza el autor. Todo un despliegue de talento para lograr una novela memorable: La noria de Luis Romero.
Javier Aspiazu
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