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Anna Starobinets, desde Rusia con temblor

Hay muchos aficionados a la ciencia ficción que creen que los mejores autores del género están en el mundo anglosajón. Puede ser verdad, pero los que usan esta frase de manera categórica se niegan a sí mismos el placer de descubrir otras geografías del género. Una de las geografías literarias más fructíferas en este campo ha estado y está en Rusia. El género se desarrolló mucho en este país porque en los tiempos de la Unión Soviética era la única forma de esquivar la censura y criticar en profundidad los sistemas políticos autárquicos, totalitarios. El género se adentraba habitualmente en los territorios de la distopía porque el futuro no podía ser muy halagüeño, visto lo visto.

Grandes autores rusos de la ciencia ficción y fantasía fueron los hermanos Arkadi y Borís Strugaski (Picnic junto al camino), Yevgueni Zamiatin (Nosotros), Vladímir Voinóvich (Moscú 2042) e Iván Yefrémov (La nebulosa de Andrómeda). Y ya más recientemente Aleksandr Grómov (Antártida Online) y Sergéi Lukiánenko (Guardianes de la Noche, Guardianes del Día). Y en los últimos tiempos ha aparecido como un ciclón la figura de la filóloga y periodista Anna Starobinets (1978), para casi todos, la autora más destacada de la nueva generación de escritores rusos de ficción fantástica. Ediciones Nevsky hace ya unos años que apostó por ella y ha publicado Una edad difícil, El Vivo y ahora La glándula de Ícaro. Para este año anuncia la publicación de Santuario 3/9.

La glándula de Ícaro, subtitulado El libro de las metamorfosis, es un volumen que reúne siete relatos. Siete historias que, como dice en el prólogo el escritor navarro Ismael Martínez Biurrun, se sustentan en el “toque Starobinets”, “un ángulo exacto desde el que se cuenta lo más descabellado sin romper el pacto de lectura realista: una forma de disponer almas ajenas en un paisaje de ciencia ficción como si fuera nuestro propio diario, nuestro álbum de fotos más íntimo”. Es decir, sus historias, casi todas ellas distópicas, son muy creíbles porque los lectores nos identificamos con sus personajes y con los paisajes en los que viven, aunque estos sean sutilmente futuristas. Estoy de acuerdo además con el prologuista en que las historias de Starobinets revelan varios aspectos de la personalidad de su autora. A saber: su desconfianza hacia la tecnología y hacia la supuesta bondad humana, su desprecio hacia la religión organizada y jerarquizada, y, yo añadiría, que su nula confianza en las relaciones humanas, en el amor. Dicho esto hay que señalar también que en sus historias hay mucho sentido del humor, cáustico, eso sí; bastante comprensión por los deslices del prójimo; y una pasión por los experimentos tipo “frankestein” que le dan un toque naif y decimonónico que a mí me han cautivado.

Por citar algunas historias. Hay un hombre al que su mujer le pide que se extirpe la glándula de Ícaro para evitar sus engaños amorosos y para que se convierta en un buen esposo y mejor padre. Hay una pareja que consigue viajar a la ciudad de Sity, la mega urbe a la que todo el mundo quiere ir, pero a la que no le acaban de salir bien las cosas. Hay un guionista de cine al que contratan para no llevar al cine ninguno de sus guiones, y para que haga de… ¿lazarillo? Hay un chico muy enfermo al que realizan un tratamiento que le salve y le pueda convertir en un ángel ó tal vez en un demonio. Y hay una consola que todos los niños quieren, ante la que los padres claudican y que parece hacer cosas increíbles, tal vez demasiado increíbles.

Historias aterradoras y sin embargo líricas en la que todo y todos se transforman aparentemente para mal. Aparentemente porque en algunas historias el cambio inicialmente terrorífico puede venir acompañado de efectos liberadores. Historias en las que lo extraño se filtra en las situaciones cotidianas. Historias en las que basta una mirada para cambiar de golpe el contexto y el sentido de lo narrado. Historias que descubren un mundo muy personal, el de Anna Starobinets, que ha entrado para mí desde ahora en el universo de los grandes escritores del género fantástico.

Enrique Martín

Kike Martin

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