Abrir la tercera parte de los Diarios de Iñaki Uriarte es como reemprender la conversación con un amigo que hace tiempo que no vemos pero con quien, a pesar de la distancia, nos sentimos cómodos. “¿Dónde lo dejamos la última vez?”, podríamos preguntar antes de empezar a leer este libro. Aquí reaparecen renovados el gato Borges y Montaigne; algunos viajes como el que hizo a Nueva York para pronunciar una conferencia en el Instituto Cervantes; Benidorm o la Provenza; las referencias a sus lecturas; reflexiones filosóficas; malestares; anécdotas más livianas o citas abiertamente humorísticas. Pero en definitiva, nos reencontramos con un punto de vista sobre la vida muy concreto: profundo, lúcido, divertido, sosegado.
Se mantiene por tanto el autor en la línea de los dos anteriores tomos. Hay, sin embargo, una ruptura en este volumen: en una de las primeras entradas que le leímos decía que iba a escribir como si hablara solo. Efectivamente, eso parece aún, que habla solo.
Ahora, podemos internarnos también en la trastienda de su exitoso itinerario: el mal genio antes de las presentaciones, el ánimo inquieto, la insatisfacción ante las entrevistas, cierto miedo, al menos moderado, a escribir y bastante perplejidad: “Estoy sorprendido con la aceptación que ha tenido el libro entre personas de condición muy diferente. Desde gente que apenas lee hasta personas de sólido juicio literario. Yo pensaba haber publicado un diario “socialmente incorrecto”, con unas cuantas opiniones no muy acordes a las ordenanzas, pero esto no parece haberse visto, o no se le ha dado importancia. Debe de haber algo en el tono, en el estilo, lo que sea, que me ha permitido decir que he vivido como un “okupa”, tomo drogas, abomino del trabajo y creo que no hay que tener hijos, sin que por ello se me caiga el pelo”.
En todo caso, este Uriarte ya editado sigue siendo el mismo de los dos primeros tomos y por ello el libro satisfará, en mi opinión, las expectativas de los lectores. Puede haber incluso algo más de humor. Dos muestras, desde la capital de Bizkaia escribe: “Hay gente en esta ciudad que admira a Unamuno porque era de Bilbao” o “Ese instante de alarma y temor a no entenderlo cuando anuncian que te van a contar un chiste”. Ese tipo de observaciones, que a veces suenan a confidencias, posibilitan que la vida misma tome relieve en estas páginas sencillas, francas, cercanas. “Copiar citas, contar cosas que me afectan escribir bobadas, banalidades, mis banalidades, pues sé que puedo haber leído veinte mil palabras en un día, pero me voy más contento a la cama si he apuntado en cualquier sitio una mía.” Esa confortabilidad que le proporciona al autor tomar estas notas se trasvasa –la alquimia de la literatura- a quien lea estas páginas que nos dan que pensar, claro que sí, pero de buen rollo.
Txani Rodríguez
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