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Samanta Schweblin, inquietante cotidianidad

Sietes casas vacías es el libro de cuentos que ha merecido el Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero, uno de los más importantes certámenes de relatos escritos en castellano -si no el más importante- que se conceden. Su autora es la argentina Samanta Schweblin que ya había publicado libros de cuentos como Pájaros en la boca o la novela Distancia de rescate. Su obra ha obtenido numerosos premios, ha llamado la atención de la crítica y ha ido haciéndose con el favor de los lectores.

Siete casas vacías es el más realista de sus trabajos, aunque la realidad es ya lo suficientemente rara como para obtener de ellas historias inquietantes y crear personajes extraños. Los puntos de partida son acontecimientos que no se desmarcarían demasiado de la cotidianidad más anodina, pero el desarrollo de las historias alcanza zonas insospechadas aunque posibles. En los relatos nos encontramos, por ejemplo, a una madre y su hija que van visitando casas; a unos abuelos que corretean desnudos por el jardín, a una niña que aguarda en la sala de espera de un hospital, o a una anciana que ha decidido que quiere morir. Son historias protagonizadas por familias, por matrimonios, por vecinos, por ancianos que en estos cuentos distan mucho de ser sujetos pasivos, y, por supuesto, por las casas, por hogares en los que los personajes se sienten a veces inseguros, solos, confusos, vacíos también.

Esos arranques son suficientes para que mediante un estilo cuidado y una estructura muy bien pensada Schweblin nos sitúe frente a nuestros miedos, frente a los miedos de los demás. Hay en estos cuentos una carga importante de deseo insatisfecho o frustración que termina por emerger de cualquier manera, y también de pérdida que no acaba de ser asumida o comprendida y de un temor más o menos fundado a lo que pueda pasar que hace que siempre nos pongamos en lo peor.

Estos relatos están trabajados hasta el último detalle, y tanto lo que se cuenta como lo que no se cuenta, responde a un cálculo muy preciso. Todo en estos relatos está pensado y funciona. Y todo cuenta: los objetos, los espacios, las atmósferas. Tanto es así que el cuento El hombre sin suerte, una historia que nos sitúa ante nuestros propios prejuicios, debería ser leído y releído por cualquier aficionado a la escritura porque constituye toda una lección de técnica, habilidad y eficacia.

Txani Rodríguez

Kike Martin

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