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“Alégrame el día, querida asesina”, dijo Álbert Vázquez

Alicia Bonet es la propietaria de una exitosa galería arte. Es rubia, delgada, adorable, de porte aristocrático. Es lista y sabe mandar. Su hermano, socio en el negocio de la galería que les dejó su madre, se llama Ismael, es pelirrojo, de aspecto bonachón, no muy espabilado. Se encarga de mover y colgar los cuadros y se deja guiar por su hermana. En la galería Bonet trabaja también Clara Bachiller, una joven preciosa, de rasgos andróginos. Hasta aquí podríamos decir que estamos ante personas sofisticadas, trabajadoras, respetables.

El padre de ambos fue acusado de asesinato, llegó a estar incluso en la cárcel algunos meses, pero un jurado le absolvió por falta de pruebas, y había pasado ya demasiado tiempo desde aquello. Bien, pues todos ellos, pronto lo sabremos son asesinos, depravados, psicópatas que no es que no distingan lo que está bien de lo que está mal sino que no les importa porque atienden a estímulos muy poderosos.

Sigamos con los personajes. Víctor Soldado es un atractivo joven que en un momento dado se interesa por los cuadros de la galería, y de forma muy especial, por Alicia Bonet, la galerista. Parece un tipo muy fiable, pero tal vez tampoco lo sea. Enrique Castresana es pintor de los cuadros expuestos, becado por la galería, y del que Clara Bachiller, la joven que trabaja en la misma, se enamora. En Hambre a borbotones encontramos también a un recto inspector de Policía, obsesionado por sacar siempre a relucir la verdad, que trabaja en una comisaría tercermundista donde no tiene a nadie a su cargo. Todos estos personajes viven en la ciudad de Centenario. “Maldita ciudad de mierda -leemos-. Hay algo que flota en ella. Es intangible e inodoro, pero lo percibimos. Está ahí. En la atmósfera. Formando parte de ella, impregnándolo todo: edificios, personas, vehículos, calles… La indudable presencia del mal”.

En Hambre a borbotones efectivamente emana el mal: hay asesinatos, descuartizamientos, canibalismo, violaciones, secuestros, extorsiones… y hay personajes que son capaces de acometer una atrocidad y dirimirse luego en asuntos éticos de segundo o tercer orden. Pero además de violencia, amor y bastante, mucho, sexo, en esta novela de Álber Vázquez se impone un punto de vista que, a veces, se escora hacia la comedia, el gamberrismo y el exceso tipo Tarantino.

La novela, reunidos todos esos elementos, resulta adictiva y se lee con fruición. Creo que Vázquez ha acertado con el ritmo. Hambre a borbotones está estructurada en capítulos muy cortos –la mayoría no llega a las diez páginas-, y en cada capítulo se sitúa el foco en alguna de las subtramas. Además, el autor de Rentería demuestra una gran habilidad a la hora de manejar al narrador: estamos ante una voz cercana a todos los personajes, que les lee lo pensamientos, que sabe lo que piensan y que incluso se dirige a ellos. Realmente, no es sencillo manejar un narrador de estas características.

Hambre a borbotones no oculta que sus protagonistas no son ejemplares. Sabemos quiénes son, sabemos que no son buenos, no nos espantamos, ahí está A sangre fría, qué se yo. El caso es que son como son pero nos interesa saber hasta dónde llegan, si libran, a quien quieren, si son capaces de querer, y qué posibilidades tiene el amor de convertirse, entre tanta violencia, en la enésima calamidad.

En definitiva, no os aburrís con esta novela deliciosamente editada por Expediciones Polares, una casa joven pero a la que deseamos larga vida.

Txani Rodríguez

Kike Martin

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