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Los raros. La casa en el confín de la Tierra, de W.H. Hodgson

Al oeste de Irlanda existe una pequeña aldehuela llamada Kraighten. Está situada, solitaria, al pie de una colina. En torno a ella se extiende una inmensa zona desértica, totalmente inhóspita, donde aquí y allá, a trechos muy dispersos, pueden descubrirse las ruinas de alguna cabaña largo tiempo abandonada, sin techumbre, vacía. Toda la región está desnuda y despoblada; y la misma tierra apenas cubre la roca que yace debajo, que es abundante, y emerge del suelo sin crestas que adoptan la forma del oleaje.

Sin embargo, a pesar de su desolación, mi amigo Tonnison y yo decidimos pasar allí nuestras vacaciones…

Así comienza La casa en el confín de la Tierra de William Hope Hodgson. Apenas cuarenta años vivió este escritor inglés, que abandonó el mundo en 1918, pulverizado por un obús al final de la Primera Guerra Mundial sin conocer toda la repercusión que merecía su maestría literaria. Autor también de otras dos obras singulares, Los piratas fantasmas y El reino de la noche, esta insólita novela que hoy comentamos, La casa en el confín de la Tierra se publicó en 1908 y desde entonces no ha dejado de acrecentar su leyenda.

Los dos jóvenes que pasan sus vacaciones en los alrededores de la aldea de Kraighten descubren en un caserón derruido un viejo manuscrito. Éste recoge las memorias de un personaje que ha vivido aislado en la casa junto a su hermana Mary y su perro Pepper durante años. Esta parte de la narración es una magnífica muestra de terror ominoso, producido por las repugnantes criaturas que surgen de las entrañas del gran pozo cercano a la casa, llamadas por el autor “bestias-cerdo”, y que la someten a un asedio angustioso.

Cuando el narrador de estas supuestas memorias consigue librarse del acoso y comienza a indagar en las entrañas del gran pozo las causas de tan extraños acontecimientos, el relato da un giro inesperado y se transforma en uno de los ejercicios imaginativos más sorprendentes que haya tenido nunca oportunidad de leer. A lo largo de evos, de periodos de tiempo inconmensurables, el narrador va asistiendo, entre otros prodigios, a la transformación del universo, hasta ser testigo de la desaparición del sistema solar absorbido por una inmensa estrella verde. Aunque no queda claro si se trata de una fabulosa alucinación o una monstruosa pesadilla suscitada por el maléfico caserón, en cualquier caso, esta segunda parte del relato es un ejemplo maravilloso de lo que podríamos llamar terror cósmico, producido por fuerzas siderales infinitamente superiores a las humanas, de las que el narrador es asombrado espectador.

El maestro de la literatura de terror, Lovecraft, fue un gran admirador de La casa en el confín de la tierra, que consideró la mejor novela de su autor y a éste un verdadero maestro a la hora de “transmitir sensaciones de lo espectral y lo anormal en relación con parajes o edificios”. Encontrarán La casa en el confín de la Tierra de William Hope Hodgson en editorial Valdemar.

Javier Aspiazu

Kike Martin

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Tags: los raros

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