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Las memorias, cinematográficas, de Ernesto Santolaya

Ernesto Santolaya tiene ochenta años. Lo digo porque quizá no conozcan su nombre y crean que se trata de una joven promesa dispuesta a ganar el premio al autor revelación de la temporada. Ernesto Santolaya ha sido siempre un amante de los libros, hasta el punto de hacerse editor, ya saben para publicar los libros que le gustaría ver impresos. Ernesto Santolaya ha tenido una vida repleta de emociones, de vicisitudes, de encuentros, y todos tenemos claro que sus memorias tendrán un valor extraordinario. Pero lleva más de veinte años amenazando con publicarlas y no acaba de hacerlo. De ahí que sea una noticia excepcional la aparición de esta Galería de raros. Cinéfilos y cinéfagos que quisieron cambiar el pulso de una ciudad, un subtítulo además de largo bastante ilustrativo, y que resulta ser esa parte de su autobiografía que linda con el cine. Bueno, eso en teoría, porque después de todo este es un libro al estilo Santolaya: volcánico, descomunal, errático, apasionante, irritante, emocionante, que promete que el resto de sus memorias serán igualmente imprescindibles.

Os diré la verdad, esperaba más de Ernesto, yo también sé ser un provocador, y lo que cuenta no es poco, pero me da la impresión de que se ha callado muchas cosas, quizá porque no le cabían, o porque consideraba que tenía mejores historias que contar, pero de alguien que compartió una aventura con Luis García Berlanga, Ricardo Muñoz Suay y Cesare Zavattini en su infancia, siempre esperas andanzas tipo Hollywood en su recorrido posterior. Pero Ernesto se pone a contar las vivencias de los miembros del cine-club y le dedica a cada uno de ellos un retrato suponemos que veraz porque no está exento de crítica, de mordaz ironía, de cariño cuando corresponde, de pasión siempre. Ajusta cuentas el autor con algunas personas que, seguramente, no se habrán tomado bien su currículo. Cabe la imprecisión, el juicio personal, el recuerdo brumoso. De hecho hay alguna película que no puede ser vista cuando se data porque es posterior y hay alguna referencia que no queda la suficientemente explicada, tonterías, cualquier cinéfilo descubrirá que hay mas interés en lo que aquí se cuenta que en una reseña cinematográfica al uso.

Pero nos quedamos con las ganas, por una parte de saber mas sobre la vida de este gigante que pasó de trabajar en el campo a vender maquinaria agrícola y a montar sin despeinarse una editorial que ha publicado esas cosas que los demás jamás se atreverían a editar, y por otra de conocer en detalle cosas como la verdadera y completa historia del cine-club de referencia. Ernesto necesitas un consejero, el corte del productor, el que sabe que al lector es conveniente dejarle satisfecho por mucho que el autor tenga el privilegio de hacer lo que quiera, porque, en el fondo, se trata de poner el foco en esto y aquello que quizá el autobiografiado, por su cercanía, no acaba de encontrar determinante. Esperando estoy ya el resto de la autobiografía de Ernesto Santolaya, próximamente en las mejores librerías.

Félix Linares

Kike Martin

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