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El tocho. El Oblómov ocioso y perezoso de Goncharov

Una mañana, Ilia Ilich Oblómov se hallaba acostado en su cama, en su piso de la calle Gorojovaia, en cuya casa vivían casi tantas personas como en una pequeña ciudad de provincias. Era un hombre de treinta y dos a treinta y tres años, de estatura corriente y agradable apariencia; sus ojos, de un gris oscuro, vagaban ociosamente de las paredes al techo en un vago ensueño que indicaba que nada le turbaba ni inquietaba. Su actitud y los pliegues de su bata expresaban la misma beatitud que su rostro.

Así comienza Oblomov, la novela más conocida del escritor ruso Iván Goncharov. Cuando esta obra se publica en 1859, el tema del “hombre superfluo”, del individuo ocioso que no hace nada útil con su vida, ya había sido tratado en varias ocasiones, por Pushkin, y en especial por Turgueniev, quien acuñó el término en su relato Diario de un hombre superfluo. Pero es el escritor que hoy evocamos, Goncharov, quien consiguió un verdadero símbolo de la abulia rusa con este personaje: Oblómov. Tan popular llegó a hacerse, que el “oblomovismo” se convirtió en objeto de conversación, y el crítico Dobroliúvov escribió un célebre ensayo sobre el tema.

Goncharov trabajó toda su vida como funcionario, al igual que varios de sus personajes y llegó a desempeñar el cargo de censor-jefe durante más de una década. No era partidario, por tanto, de escribir una obra crítica (el suyo era supuestamente un arte “puro”), y sin embargo con esta novela consigue poner el foco, sin pretenderlo, en el síntoma más grave de la enfermedad social de su país: la completa inercia de la clase dirigente, una aristocracia terrateniente amparada por una estructura feudal que consagraba la esclavitud de millones de campesinos.

El ejemplo es Oblómov, hacendado absentista tanto de su lejana aldea donde posee trescientos siervos, como del ministerio petersburgués donde supuestamente trabaja. El autor describe con suave humorismo y cierta ternura las costumbres de este personaje, bueno pero en extremo indolente, a quien no atraen lo suficiente ninguno de los reclamos del mundo exterior. Servido de forma negligente por su fiel Zajar, pasa el tiempo en su habitación polvorienta, donde recibe a las visitas echado en el diván. Ha de transcurrir un tercio de la novela para que se decida a salir de casa literalmente empujado por su amigo, el alemán Stoltz. Enérgico y activo, Stoltz es el contratipo de Oblómov. Gracias a él, Oblómov conoce a Olga Ilinski, de la que se enamora, y esto parece sacarle de su pereza habitual, pero las complicaciones del matrimonio resultan insuperables para alguien tan pusilánime como Oblómov. El irónico y melancólico final de la novela es digno de este apático personaje, y merece la pena que lo descubran ustedes mismos.

Las descripciones del autor son magníficas y su cuadro de la vida rusa sumamente revelador. Goncharov presenta una escritura libre de todo juicio de valor, mostrándose coherente con su aspiración a un arte puro, y sin embargo, consigue que su protagonista resulte simpático, incluso entrañable. De hecho, pocos clásicos rusos son recordados de forma tan grata, como este, que encontrarán en Alba editorial: Oblómov, de Iván Goncharov.

Javier Aspiazu

Kike Martin

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Tags: el tocho

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