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Los frágiles encierros de Izaskun Gracia Quintana

Un hombre que decide no ir a trabajar y quedarse en la cama obsesionado con el ruido de una gotera; una joven que acaba de perder a su madre y planea redecorar el piso que ha recibido en herencia; dos niños que juegan en un pozo; una mujer que ha sido, al parecer, secuestrada y permanece encadenada a algo; un tipo que tras sufrir unas fiebres solo puede vivir de noche… Estos son algunos de los protagonistas y puntos de partida del libro de relatos Crónicas del encierro, escrito por la bilbaína Izaskun Gracia y publicado por Salto de página. Ya como el título de este volumen indica, estamos ante diversos testimonios, narrados en primera o tercera persona, de encierros; encierros a veces voluntarios; otras, forzados; a veces físicos; otras más bien mentales, que desembocan en situaciones extremas.

Izaskun Gracia, que ya había publicado numerosos –y premiados- poemarios sorprende por la audacia formal con la que se enfrenta a estas historias en las que la manera de contar condiciona por completo lo contado. Técnicamente, Gracia ha arriesgado. Como el tema principal es el encierro, muchos de estos relatos transmiten angustia y claustrofobia. Creo que se agradece que Gracia haya renunciado a recrear encierros largamente explorados en la literatura –la cárcel, los psiquiátricos…- para componer otros espacios. Y no hay encierro peor que el nos mantiene recluidos con las puertas abiertas.

En varios relatos sorprende la crueldad inesperada de algunos personajes, la crueldad por ejemplo de una niña que parecía inocente, preocupada por comprarse un lapicero antes de salir de vacaciones. Así mismo, la facilidad con la que algunos personajes olvidan hechos dolorosos de sus vidas, con la que ocultan datos que lo cambiarían todo, también sobrecoge. Y desasosiega comprobar que hay en este libro quien no sabe concederse permiso para ser libre, para intentar ser feliz. En algunas de estas crónicas, da la sensación de que los lectores vamos por delante de los personajes ya que nos damos cuenta antes que ellos de la fragilidad de sus estados físicos o mentales.

Estos cuentos, en los que encontramos polvo, oscuridad, arañas, humedad, aire viciado, y mucha, mucha soledad, funcionan, por contraste, como un alegato a favor de la libertad porque nos recuerdan el valor de conservarnos, en la medida de lo posible, libres. En esta galería de encierros, la luz resplandece; en unos universos herméticos donde la crueldad está presente, la ternura, que se abre paso también como puede, emociona con convicción.

Txani Rodríguez

Kike Martin

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