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Pello Lizarralde, sobre la invisibilidad de la miseria

Elur bustia, la nueva novela del escritor de Zumarraga, Pello Lizarralde, arranca con un hombre a la sombra de un tráiler, en una zona industrial. No sabemos nada de él, sólo que él mismo parece dudar hacia dónde dirigirse, que finalmente entra en un hostal, pide un vaso de agua, nada más, y toma de un cenicero la colilla de un cigarro. Tras esa escena, sabemos por tanto que Ramiro atraviesa dificultades económicas. Esta técnica, la de mostrar en vez de decir, la de dejar que el lector vaya conformándose una idea precisa de cómo es el personaje ante el que está, es una de las constantes de este libro. Hay más detalles: sabemos que es un buen hombre porque se encara a unos niños que tiran piedras a un perro; sabemos que es cívico, porque tira las cosas a la papelera; sabemos que le preocupa su aspecto por cómo aprovecha los baños de las gasolineras para asearse… Y pronto sabremos algunos datos más: es un emigrante que ha ido a la vendimia francesa (diría yo), pero que no ha encontrado trabajo. De vuelta a casa, al sur, sabemos que se dirige al sur, trata de ganar algún dinero en lo que le va saliendo, trabajos precarios como descargar camiones a cambio de veinte euros. El perfil de Ramiro se redondea cuando, a través de una breve conversación telefónica, deducimos que tiene mujer e hijos.

Elur bustia es una novela articulada en base a muy pocos elementos, y para que una historia así se mantenga hay que ser narrativamente eficaz. Estamos ante la historia de un hombre que quiere volver a casa, y que malvive en el camino. Puede que sea la historia de muchas personas. Avanza entre carreteras secundarias, autovías, viaductos… Observa el bienestar satisfecho de las gentes en las terrazas al atardecer desde el otro lado de la barrera económica, y no vende barata su dignidad.  Lizarralde narra con un ritmo pausado, con precisión, y logra que conectemos con el protagonista, que sintamos su sed, su hambre y su, a veces, desesperación. Y es eso lo que hace que no soltemos el libro, las ganas de saber qué va a pasar con ese hombre, qué va a hacer, cómo se las va a apañar, qué quiere.

Entre los pocos elementos que, como decía, se permite emplear el autor, destacan algunos personajes secundarios, especialmente el de Lontzo, y también la ambientación, un tanto desoladora, doliente en un verano que se hace demasiado largo. Elur bustia es por tanto una gran historia, una aventura forzosa, contada con humildad, sin estridencias, de forma callada, como se desarrollan en la realidad este tipo de historias, por desgracia: como si no se dieran, como si no existieran.

Txani Rodríguez

Kike Martin

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