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Beñat Sarasola intenta escapar del pasado

Al protagonista de Deklaratzekorik ez lo conocemos en el momento en el que su novia Lucía se va a vivir a Madrid para cursar un reputado máster en Historia del Arte. Él tiene que quedarse en Donostia donde trabaja desde hace demasiado poco tiempo como para pedirse una excedencia en una biblioteca pública. Como lector, no engancha con la literatura escrita en euskera: “Unaik gomendatu izan dizkio inoiz euskal literaturako nobedadeak eta beti pentsatzen izan du ‘zelako horrorea, hori bada egungo euskal literatura onena, ederki goaz’”. En las primeras páginas, lo vemos adquirir un ejemplar del Zumalacárregui, incluido en los Episodios Nacionales, de Pérez Galdós. Tendremos oportunidad de conocer sus opiniones sobre el carlismo y cómo la contraposición entre liberales y absolutistas aún le es útil para tratar de comprender el presente, un presente en el que ETA aún no ha declarado el cese definitivo de la violencia, una violencia, un contexto político, con el que el protagonista es muy crítico.

Pero la novela combina ese plano temporal con un periodo anterior en el que este personaje se reunía en una sociedad gastronómica con sus amigos Imaz, Oier e Ibon, y en el que le vemos participar, nunca con demasiada convicción, en manifestaciones y concentraciones legales e ilegales: “Egia da inoiz ez zela leporaino sartuta egon, baina entorno famatuko jendea erortzen hasi zenean, ez zen askorik behar atxiki eraman zintzaten –beraren kasua testigo-, eta bazen askoz gutxiagotik ostia ederrak jaso zituenetik”. En efecto, formar parte del llamado entorno de ETA le cuesta una detención, golpes y una breve estancia en la cárcel. Por cierto, que la escena del recibimiento en Donostia es tremenda. En todo caso, el protagonista quiere dejar todo eso atrás, está muy quemado, se vuelve muy crítico; sin embargo, la aparición de dos policías que quieren ofrecerle un trato lo devolverá a ese pasado que quiere olvidar aunque, tal y como le recriminan en una ocasión, él, de alguna manera, nunca salió de aquel calabozo en el que estuvo una vez.

La novela está escrita en tercera persona, pero focalizada siempre sobre este mismo personaje (del que no conocemos su nombre), y solo los capítulos en los que se relatan sus vivencias durante la década de los noventa están escritos en primera persona, una primera persona que, además, se interna en el complejo territorio del monólogo interior y del fluir de la conciencia. Técnicamente, Sarasola demuestra un sólido dominio de la narrativa. Además, y esto es lo más importante, consigue articular un personaje muy creíble, que comparte  sus observaciones, críticas con las contradicciones entre nuestros ideales y nuestras formas de vida, con nuestra contemporaneidad, en definitiva, algo que le da consistencia y agudeza a la novela, que engancha porque nos deja ver muy de cerca al personaje, tan de cerca que sabremos también cómo le gusta hacer el amor y nos mostrará parcelas muy íntimas de su vida. Es muy difícil, por cierto, escribir escenas de sexo, solventes, que no sean monótonas, poco creíbles o un poco lo de siempre, y el donostiarra lo consigue con creces.

La novela mantiene bien la tensión narrativa gracias a la irrupción de la policía, a la particular relación –no precisamente idílica- que mantiene con su novia, y a esa forma de narrar, potente, a la que aludía antes. Nos sorprende a cada poco porque, y esto muy bueno, no hay clichés en el libro y creo que era fácil haber cedido a los mismos en algunos momentos. Los personajes de Deklaratzekorik ez –el protagonista, su padre, su novia, sus amigos, Miren…-están muy lejos del arquetipo, y se agradece.

Esta primera novela de Beñat Sarasola, ya os digo que no parece una ópera prima, nos permite reflexionar sobre lo difícil que es escapar del pasado cuando no estamos en paz y cuando soportamos tanta confusión que no nos permite siquiera distinguir el amor cuando lo tenemos enfrente.

Txani Rodríguez

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