Y cuando digo yo quiero decir el mundo en general, pues todo el mundo podría señalar a alguna familia conocida cuyos ingresos constituyen un misterio. Más de un vaso de vino nos hemos bebido preguntándonos sin duda cómo podría pagarlo quien nos invitó a beberlo.”
He aquí un párrafo de La feria de las vanidades de William Makepeace Thackeray. Este escritor inglés, nacido en Calcuta en 1811, hijo de funcionarios anglo-indios, dilapidó la herencia de sus padres en el juego y en inversiones imprudentes. Eso le obligó a dedicarse, con cierto pesar, a la escritura, y de su amplia producción han pervivido novelas como Barry Lindon, adaptada al cine de forma espléndida por Stanley Kubrick, o El libro de los snobs, donde satirizó la hipocresía de la sociedad británica y francesa. Pero, sin duda, su obra cumbre, es esta que hoy comentamos, La feria de las vanidades, publicada en forma de libro en 1848.
Thackeray desarrolla en esta monumental novela dos intrigas distintas asociadas entre sí por la relación entre los personajes principales. Una de ellas es la historia de Becky Sharp, una joven pobre, de aguda inteligencia y moral poco escrupulosa; y la otra, la de su compañera de colegio, la tímida e ingenua Amelia Sedley. Mientras ésta última, gracias a la fortuna de su padre, consigue casarse con el apuesto oficial George Osborne, la huérfana Becky debe emplearse como institutriz en casa del baronet Crawley y echar mano de su encanto y astucia, para conseguir seducir y quedarse embarazada de uno de los hijos de su patrón.
A partir de ese momento, Becky, que ama por encima de todo el dinero y el lujo que este proporciona, lleva junto a su marido una vida suntuosa, cargada de deudas, siempre al borde de la quiebra, conseguida evitar “in extremis” gracias a sus “sospechosas” relaciones con el marqués de Steyne, conocido libertino. Estas le acarrearán el divorcio, el repudio social y una vida cada vez más errante y aventurera.
Hasta aquí la apretada síntesis de esta “novela sin héroe”, como la subtítulo Thackeray, quizá porque su personaje principal, la ingeniosa arribista Becky Sharp, no reúne las cualidades morales del héroe victoriano, y se acerca peligrosamente a la realidad, siendo capaz hasta de engañar a su marido con tal de seguir en la cima de esa Feria de las Vanidades. Thackeray no solo hace una crítica irónica del puritanismo victoriano, sino también del estúpido e injusto snobismo imperante en la época, poniendo en evidencia la farsa que constituía la vida de la clase alta, cuyos derroches y lujos se financiaban siempre con el trabajo y el dinero ajenos.
Encontrarán la traducción al castellano más completa y cuidada de este gran clásico en Editorial Cátedra.
Javier Aspiazu
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