Nada más adentrarnos en las páginas de este trabajo, nos damos cuenta de lo pequeño de nuestro conocimiento del mundo y lo supino de nuestra miopía con respecto a nuestro entorno. Y es que habitualmente situamos la vida en la biosfera, es decir en la capa inmediatamente superior al suelo y con un grosor muy limitado. En cambio el subsuelo bulle de material y de insospechada vida hasta profundidades desconocidas pero sin duda grandísimas y con un contenido no menos magno de biomasa. Biomasa de difícil clasificación, mucho más allá de vegetales y minerales, ya que estos sólo suponen una í
Podemos mencionar el caso de hongos xilófagos como la Armillaria especie de la que se ha encontrado algún ejemplar de más de 100 toneladas. O el estudio de las lombrices de tierra, animal fantástico que ya llamó la atención de Charles Darwin, quien dedicó cuarenta años de estudio a este grandísimo formador y renovador de suelo.
Sobre estos temas trata esta obra, si bien en la segunda parte también trata ampliamente de la importancia que en la formación y mantenimiento del suelo -por cierto un manto delgado y frágil- han tenido y debieran tener algunas comunidades animales y vegetales. Sobre todo trata de los perritos de las praderas con respecto a las grandes praderas que conformaban buena parte de los Estados Unidos hasta la llegada del hombre blanco y la generalización de la agricultura industrial con su correspondiente masiva pérdida de hábitats naturales.
Algunas obras nos abren los ojos. Esta nos abre todos los sentidos respecto al grandísimo mundo situado bajo nuestros pies.
Jokin Aldazabal
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