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El tocho. El palomo cojo de Eduardo Mendicutti

Mi padre apreciaba mucho la belleza masculina. Por eso se casó con mamá.

Mi madre era muy femenina, y tenía un estilo tremendo, pero en mi casa se hacía siempre lo que decía ella, y mi padre se lo tomaba a broma y decía tu madre es  la que lleva aquí los pantalones. Por eso cuando yo me puse malo, mi madre lo organizó todo y mi padre dijo amén.

Y es que el médico había dicho que tenía que quedarme en cama, que la fiebre seguramente me duraría algún tiempo y que necesitaba mucho reposo, mucho cuidado con la humedad y con las corrientes, muchas vitaminas, mucho líquido, una inyección diaria, y sobre todo, tranquilidad. Repitió un sinfín de veces lo de la tranquilidad y mi madre dijo:

-Este niño, siempre tan oportuno.

Cuando el médico se fue, mi madre me miró como si yo tuviese la culpa de haberme puesto malo, y después se pasó días enteros quejándose:

-Qué desavío por Dios, ahora que el verano ya estaba encima”.

Este es el comienzo de El palomo cojo de Eduardo Mendicutti. Recordamos hoy una de las novelas más celebradas del autor gaditano, publicada en 1991, y finalista del Premio Nacional de Narrativa al año siguiente. Mendicutti recuerda en este delicioso relato autobiográfico las  vivencias cruciales que experimentó cuando, afectado en su infancia por unas fiebres recurrentes, hubo de pasar el verano en el soleado caserón de su bisabuela, situado en el barrio alto de Sanlúcar de Barrameda. El autor enmascara solo levemente su presencia utilizando la voz en primera persona de Felipe, niño de diez años, resignado a pasar un estío triste y olvidable. Pero lo que se presentaba como un verano aburrido termina siendo un auténtico viaje iniciático para Felipe en el que descubre los secretos de los adultos, las extravagancias de sus familiares y su propia identidad sexual.

En ese caserón, impregnado de un olor especial y atestado de cuadros que parecen hablar entre ellos, Felipe tendrá como confidente a la criada de la mansión: la pícara y deslenguada Mary. El niño será testigo de la vida misteriosa y enloquecida del tío Ricardo, que solo sale de sus habitaciones de noche y se dedica a criar palomas. O de las andanzas de la perturbada tata Caridad, que va perdiendo su “perfil” por la casa. Pero también asistirá deslumbrado a las visitas de la glamurosa tía Victoria, acompañada por su fornido secretario Luigi, y del seductor y aventurero tío Ramón, por quien tanto Felipe como La Mari sentirán una irresistible atracción que desencadenará la catarsis final.

Muchas otras novelas recrean morosamente ese periodo culminante del paso de la pubertad a la adolescencia, en que abandonamos por fin al niño que fuimos. En cambio, en El palomo cojo, Mendicutti solo emplea tres meses de un verano para contarnos esa transición que marcó su vida. Y lo hace de forma fascinante, con una gracia especial, mezclando la ingenuidad infantil, pero siempre alerta, de Felipe, con el habla popular de La Mary, logrando un registro narrativo perfecto, mezcla de candor, melancolía, sensualidad y humor.

El resultado es una lectura gozosa, francamente recomendable. El palomo cojo de Eduardo Mendicutti, en editorial Tusquets.

Javier Aspiazu

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Tags: el tocho

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