Pompas de papel

No da puntada sin hilo Karmele Jaio en Aitaren Etxea. La selección de vivencias de los personajes, las experiencias y los constructos con los que han madurado sus personalidades, los conflictos que enfrentan, los diálogos que mantienen y las resoluciones que adoptan avanzan bajo la fuerza de un mismo río. Y como no da puntada sin hilo, las notables transformaciones de los protagonistas, que no salen de la novela como entran, resultan creíbles.

Esos protagonistas principales son Ismael y Jasone. Ismael es un escritor euskaldun, que ha cosechado cierto éxito, pero que sufre un bloqueo creativo. Animado por la idea de que a sus editores madrileños les gustaría, se ha forzado a escribir sobre el conflicto vasco, aunque en realidad, no es algo de lo que  él participara, más bien es algo de lo que huyó. Hipocondriaco, neurótico, aprensivo, se reprocha ser demasiado cobarde para enfrentar situaciones incomodas o adversas, y arrastra, además, un fuerte sentimiento de culpabilidad. Desde la violación grupal de Iruñea, las noticias que recibe sobre agresiones sexuales, le impresionan, puede ser, como él reconoce, porque aquella noche, su hija estuviera también la capital navarra. Jasone es su mujer, y siente que ha estado siempre a la sombra, y que el matrimonio y la maternidad le hicieron renunciar a demasiadas cosas. De joven, escribía, y soñaba con montar una editorial; pero su vida intelectual, digamos, se resumió a trabajar en una biblioteca, a participar en un club de lectura feminista y a corregir con destreza las obras de su marido. Sin embargo, en el momento en el que arranca la novela, una serie de circunstancias harán que vuelva a escribir, un hecho que ocultará a Ismael.

En Aitaren etxea hay personajes secundarios muy relevantes, como Jauregi, el editor de Ismael y amigo de Jasone, desde la época en la que ambos eran estudiantes; y Libe, la hermana de Ismael, a la que, en cierto modo, envidia por su audacia. A través de todos estos personajes, a cuyas mentes accede la autora a través de la primera y la segunda persona,  y de sus maneras de relacionarse, comprenderemos por qué actúan a veces como actúan, quienes son, y, sobre todo, de dónde vienen. De Ismael su padre esperaba que fuese un buen cazador, un tipo aguerrido, y su primo Aitor esperaba que fuese valiente; de Libe se esperaba que atendiera junto a su madre las labores de la casa y que tuviera una determinada sexualidad; de Jasone, aunque Ismael no fuera consciente, que fuese un modelo de esposa concreto. La novela plantea una honda reflexión sobre hasta qué punto nos condicionan los patrones culturales, los esquemas patriarcales, que se reproducen ya en la madurez  cuando, por ejemplo, hay que hacerse cargo de los cuidados de los padres.

La creación literaria es otro de los grandes temas de esta novela que se interroga sobre si se puede escribir sobre lo que se desconoce, si es precisamente sobre lo que se desconoce de lo que se debe escribir, sobre si no serán las pequeñas historias las más grandes historias que puedan contarse.

Aitaren etxea es una novela inteligente, bien armada, en la que los personajes ajustan las cuentas con su pasado (algo que permitirá que tanto Jasone como Ismael levante el vuelo, cada uno a su manera) y tratan de ser conscientes del lugar desde el que han mirado el mundo. “Nola azaldu askotan gure barnean sortzen diren errealitateak kanpoan gertatzen direnak baino errealaagoak izan daitezkeela?”

La construcción social de las personas, las realidades subjetivas, la incapacidad para enfrentar nuestros miedos, y la complejidad que posee todo lo que se observa de cerca son las materias, algunas, de las que se conforma la estimulante Aitaren Etxea, una novela que, por cierto, acaba de publicarse en castellano por Destino bajo el título de La casa del padre.

 Txani Rodríguez