Odolekoak es la historia de una familia a lo largo de las décadas que van desde el final de la Segunda República hasta el año 2005. La acción transcurre en su mayor parte en Iruña y arranca con el matrimonio entre Matilde Echaluce, una mujer de familia acomodada y carlista, y Segundo Vigalude, un empresario del sector del automóvil, un hombre espabilado capaz de adaptarse a casi cualquier situación. La historia pone el foco en Matilde, así como a lo largo de las trescientas páginas de esta novela lo irá poniendo sobre otros personajes femeninos. “Todas las mujeres de este libro son el fruto del tiempo que les tocó vivir”, se afirma en el epílogo.
En efecto, así es, no son heroínas, tienen sus sombras. Matilde Echaluce, por ejemplo, es, en su juventud, clasista y reaccionaria, aunque genera empatía porque pronto sabremos que es desgraciada, que no debió de casarse con Segundo, que lo hizo solo por el miedo a quedarse
La Iruña de la primera mitad de la novela es asfixiante. La propia Matilde, tan afecta al régimen, echa de menos el cine, el teatro, el colorido. Y busca en revistas como Vogue, un tesoro en aquella época, un poco de luminosidad. A excepción de Martin, le costará entregar amor a sus hijos, que crecen sin su afecto, algo por lo que sufre, especialmente, Teresa. En la novela cobran importancia las vidas de las amigas de Matilde, de sus familiares, y la realidad social –llegará el hambre- es insoslayable. A medida que avanzamos en la lectura, los acontecimientos históricos se sucederán: cierto aperturismo, el asesinato de Carrero Blanco, la aparición de ETA… Son hechos conocidos. Pero en la novela veremos cómo afecta a la familia, qué posiciones adopta cada quien, cómo surgen los rencores, las decepciones, las alianzas. Los hijos de Matilde y Segundo, especialmente Teresa y Martín, van sosteniendo la acción a medida que pasan los años. Y es el personaje de Teresa mi favorito, un personaje que me ha conmovido absolutamente, pero no desvelaré el porqué.
Odolekoak está escrita en presente, una elección que funciona muy bien porque da vivacidad al pasado, porque para los lectores todo está sucediendo mientras leemos la novela, y permite que la autora recree con mucha eficacia las distintas escenas, llenas de detalles. Mendizabal, por supuesto, se ha documentado, pero la información se introduce de forma pertinente, con trazos precisos, y la historia fluye de manera adictiva.
“Memoria motz geratzen da edozein istorio kontatzen hasita”, leemos en el epílogo. Y es verdad, faltaría la emoción, y de eso también hay mucho en estas páginas.
Txani Rodríguez
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