El dispositivo anti-tramposos de la mente humana

Tendemos a pensar que la inteligencia humana es inespecífica y que se desarrolló para resolver problemas de un modo genérico. Pensamos, además, que esa es la razón por la que podemos razonar con éxito sobre casi cualquier cosa. Sin embargo, una corriente de pensamiento enmarcada en el campo de la psicología evolucionista sostiene, que ese punto de vista se sustenta en intuiciones y no en pruebas concretas que lo avalen. Sería el equivalente en psicología de la idea, por ejemplo, de que es el sol el que gira alrededor de la tierra. Para esos psicólogos evolucionistas la idea de que la inteligencia es de propósito y dominio general e independiente del contenido de lo que se razona, es lo que caracteriza a la teoría de la mente de la tábula rasa, pero es errónea.

Según el pensamiento evolucionista al que he aludido, la inteligencia humana es más poderosa que la inteligencia de una máquina o un autómata porque, además de las herramientas inferenciales que tienen un propósito general, también contiene un amplio y diverso surtido de especializaciones adaptativas que evolucionaron para hacer frente a los retos propios de sus correspondientes ámbitos. La psicología evolucionista, al incorporar la perspectiva adaptacionista en el análisis de las habilidades cognitiva humanas, propone que la inteligencia ha de contar con herramientas específicas para la resolución de los principales problemas que hubieron de afrontar los primeros seres humanos.  Entre los retos a los que nuestros antepasados hubieron de hacer frente destacan, por razones obvias, el de la amenaza de los depredadores, la búsqueda de alimento y el emparejamiento reproductivo.

Siguiendo con esa misma línea de razonamiento, además de los anteriores, el ámbito de las relaciones sociales también ha planteado retos cognitivos específicos. Y ello ha dado lugar a la formulación de la teoría denominada del contrato social. Esa teoría se ocupa de identificar las propiedades que necesitaría la mente para generar inferencias y comportamientos adaptativos  en el ámbito de los intercambios sociales. Se entiende por intercambio social la provisión mutua de beneficios, condicionados ambos a la satisfacción de la otra parte. De acuerdo con la teoría citada, la mente humana desarrolla lo que denomina “algoritmos de contrato social”, un conjunto de programas generados mediante selección natural para razonar acerca de los intercambios sociales. Este sistema puede razonar de forma adaptativa sobre ellos precisamente porque no realiza inferencias de acuerdo con ninguna lógica formal estándar.

Los intercambios sociales tales como favores hechos y devueltos, el compartir los alimentos, o la ayuda mutua, han tenido siempre gran importancia en nuestra especie. Hay razones para pensar que ya hace dos millones de años se producían intercambios entre homininos. Por ello, parece lógico pensar que la selección natural ha incorporado en la mente humana formas de razonar especialmente idóneas para el mejor desenvolvimiento en ese contexto de intercambios sociales. Y dada su importancia para nuestra especie, es de suponer que los seres humanos hemos desarrollado habilidades mentales específicas para la detección de los tramposos, puesto que los tramposos son los que amenazan la pervivencia de los intercambios.

El tramposo es alguien que se beneficia del intercambio, que defrauda al otro participante en el mismo, y que lo hace a propósito y no por accidente. Esa habilidad cognitiva para detectar al tramposo ha de estar diseñada para proteger al que coopera, al intercambiador honrado. Y según los psicólogos que han formulado la teoría, la necesidad de reglas especiales para detectar tramposos en los procedimientos intelectivos se deriva del hecho de que las normas de razonamiento estándar, inespecíficas, de ámbito general, fallan en numerosas circunstancias a la hora de detectar tramposos y confunde a los tramposos con los honrados o altruistas.

Recientemente, los psicólogos evolucionistas que han formulado la teoría del contrato social han testado predicciones específicas que se derivan de ella. En concreto, han testado la validez de las hipótesis relativas a la capacidad de la mente humana para detectar tramposos. Y los resultados obtenidos en los tests apoyan la idea de que el sistema de detección de tramposos es específico y que funciona con una precisión altísima. Los tests se diseñaron para falsar hipótesis alternativas relativas a la naturaleza de las habilidades cognitivas de las que depende esa detección del tramposo. Así, descartaron, por ejemplo, que la detección de tramposos se produjera gracias a la utilización de reglas de lógica formal de carácter general, que el criterio de detección tuviera que ver con la existencia de incentivos económicos, o que no distinguiera el fraude voluntario del error accidental, entre otros elementos.

Este es un asunto curioso, en el que a la mayor parte de los legos no se nos ha ocurrido nunca pensar. Y sin embargo, merece la pena darle una vuelta. Probablemente todos hemos hecho alguna trampa (o trampita) en alguna ocasión, y podemos, de hecho, ser indulgentes si la trampa es menor y no es reiterada. Pero pienso que en general somos muy severos con las trampas, no las aceptamos y las castigamos con rigor, en ocasiones con la marginación social del tramposo. Por eso creo que las ideas expuestas aquí son válidas en lo esencial, porque le damos mucha importancia a la honradez en los intercambios y es lógico que nos defendamos ante la vulneración de las normas que los rigen.

Fuente: Leda Cosmides, H. Clark Barrett y John Tooby (2010): “Adaptive specializations, social exchange, and the evolution of human intelligence” PNAS, vol. 107 (suppl. 2): 9007–9014. (doi/10.1073/pnas.0914623107)

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