Sobre el placer que produce hablar de uno mismo

La mayor parte de la gente prefiere hablar de sus cosas que de las de los demás, y también prefiere hablar de cosas de los demás antes que de otras, en general. Podemos manifestar esas preferencias de modos diversos, pero además, también se reflejan en la activación de determinados enclaves del encéfalo, que son los que forman parte del denominado sistema de recompensa.

La alimentación, el sexo y el afecto generan estímulos placenteros, y esos estímulos activan determinadas zonas del encéfalo. Esas zonas son el área tegmental ventral (VTA) y el núcleo accumbens (NAcc), y están formadas por circuitos neuronales cuyo neurotransmisor es la dopamina. A su vez, están conectadas con la corteza prefrontal (responsable de la conducta) y el sistema límbico (modulador de las emociones). Sustancias tales como el alcohol, la nicotina y otras drogas también activan esas áreas; de hecho, esa es la razón por la que, en última instancia, se producen las drogodependencias. Además de las anteriores, que son recompensas primarias, ciertas recompensas secundarias, como el dinero u otros productos que pueden ser intercambiados con las primarias, también activan las áreas de recompensa, así como estímulos de naturaleza social, como saber que otros comparten nuestra opinión, lo que nos hace gracia, o una fugaz visión de alguna persona que nos resulte sexualmente atractiva.

Como he señalado al comienzo, nos complace hablar de nosotros mismos, y eso da lugar a que, cuando lo hacemos, se activen las regiones neuronales citadas antes (VTA y NAcc). No solo se activan esas regiones, también se activa la corteza prefrontal medial (MPFC), que es un área de la corteza prefrontal (de la que he señalado antes que es responsable de la conducta) a la que se ha asociado con el pensamiento sobre uno mismo y que, en cierto modo, también forma parte del sistema de recompensa. Además, el grado en que se activan esas áreas es mayor que cuando hablamos de otras personas o cuando hablamos de otros asuntos.

El fenómeno en cuestión tiene su complejidad. Si la fuente de placer fuera simplemente el hecho de contar cosas, de compartir con los demás conocimiento o información, la activación de los centros de recompensa sería independiente de la naturaleza de la información proporcionada. Pero resulta que esos circuitos se activan en mayor grado cuando son los asuntos propios los que se cuentan a otros, aunque también se activan -si bien en menor medida- cuando hablamos de otros. Por otro lado, la corteza prefrontal medial no se activa por hablar a otros, sino por el carácter autorreferencial del hecho, esto es, porque las cosas que se cuentan se refieren a uno mismo. Por último, los centros de recompensa también se activan por el hecho de pensar acerca de los asuntos propios, aunque el grado de activación es mayor si, además de pensar, se hace a los demás partícipes de esos asuntos. Confluyen, por lo tanto, tres fenómenos: por un lado, reflexionar acerca de nuestras cosas (cierto grado de activación de VTA y NAcc); por otro lado, hablar a los demás, y si es de uno mismo, mejor (más alto grado de activación de VTA y NAcc); y por último, ser uno mismo el asunto del que hablar (activación de MPFC). En resumen, la instrospección nos produce placer; también nos lo produce hacer partícipes a los demás de nuestras reflexiones, pero lo que definitivamente más nos gusta es que contemos a los demás cosas cosas relativas a nuestras personas.

La constatación de que esos comportamientos activan los centros de recompensa del encéfalo constituye un elemento novedoso, por supuesto, pero ya se disponía de abundante información relativa a la importancia que tiene en nuestra especie la comunicación, en general, y la relativa a uno mismo, en particular. Los estudios sobre las conversaciones humanas han documentado que entre un 30% y un 40% de lo que hablamos cada día transmite información sobre experiencias y relaciones personales. Hasta el 80% de las anotaciones en redes sociales de internet consisten en comunicaciones acerca de las experiencias inmediatas de uno mismo.

Contar cosas, enseñar cosas, es importante para nosotros. En eso (también) nos diferenciamos claramente de otras especies. Otros primates no manifiestan ninguna disposición a enseñar a los demás lo que saben, pero los niños de tan solo 9 meses de edad ya tratan de llamar la atención de los demás acerca de asuntos de su entorno que les parecen importantes, y los adultos de todas las sociedades se esfuerzan de manera permanente por impartir a otros su conocimiento. Pero como hemos visto aquí, parece, además, que hablar de nuestras cosas tiene valor intrínseco, un valor en cierto modo similar al de la comida o la práctica del sexo. En última instancia, es posible que la tendencia a comunicar los pensamientos relativos a uno mismo haya tenido valor adaptativo. Quizás ayuda a entablar relaciones y establecer alianzas con otros. Quizás es un modo de provocar una respuesta en los otros que sirva de ayuda para tener un mejor conocimiento de sí mismo. O a lo mejor es ventajoso compartir con los demás la experiencia propia, y ayudar de esa forma a que los otros adquieran mayor conocimiento. En definitiva, probablemente se trata de un fenómeno que sirve para apoyar los comportamientos que subyacen al gran carácter social de nuestra especie.

Fuente: Diana I. Tamir and Jason P. Mitchell (2012): “Disclosing information about the self is intrinsically rewarding” PNAS 109 (21): 8038-8043 (www.pnas.org/cgi/doi/10.1073/pnas.1202129109)

Post scriptum: el último párrafo me ha traído a la cabeza el libro (que aún no he podido leer) The Social Conquest of Earth, de Edward O. Wilson, que tanto ha irritado a Richard Dawkins.

2 pensamientos sobre “Sobre el placer que produce hablar de uno mismo

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