APRENDER -Y VALORAR LO APRENDIDO- A LO ANCHO DE LA VIDA

Hace algunos años, en un seminario de psicología escuché este relato de boca de una terapeuta de conducta. Un paciente, en la intimidad de la consulta, queriendo hacer referencia a la dificultad de predecir el comportamiento humano, hizo la siguiente observación: “El comportamiento humano es impracticable. Perdón, impredecible” Gracias a este “lapsus linguae” nos dejó una perla divertida y también profunda.

Practicable o impracticable, estaremos de acuerdo a la hora de definir la conducta –también el aprendizaje- como inevitable, necesaria, y continua. A veces voluntaria, habitualmente involuntaria. Como respirar.

Nuestra vida conductual es continua mientras vivimos. No hay un solo momento en el que no estemos interactuando. Es un flujo continuo, bidireccional. No hay “no conducta” mientras vives.

Y conducta, interacción, implica cambio, transformación. Cada eslabón, cada segmento de la cadena de conductas, cada relación nos transforma haciendo más o menos probables otros posteriores. Nos comportamos y aprendemos, desde que nacemos hasta la muerte que extingue toda forma de conducta.

Así nos desarrollamos. Nacemos como un amasijo de reflejos que no necesitamos aprender. En cambio la conducta va a ser resultado de la historia de relación con los contextos en que nos movamos y dependerá de las oportunidades que tengamos y de las circunstancias biológicas (procesos de maduración) y humanas (circunstancias sociales, culturales, económicas) en que nos encontremos para aprovecharlas. También en la esfera emocional: desde las emociones básicas, de serie, a otros universos emocionales más complejos.

Hoy en día, a nivel discursivo, nadie cuestiona lo anterior ni su conclusión lógica: la necesidad de aprender a lo largo de la vida. LLL (lifelong learning) es moneda común junto con conceptos como innovación y participación.

Donde este consenso no resulta tan evidente es cuando hablamos de aprender y crecer a lo ancho de la vida. Y también de aprender a valorarlo. Nadie cuestiona que aprendemos desde la cuna hasta la sepultura, queriendo y sin querer, consciente e inconscientemente. Sin embargo, no somos tan conscientes, no estamos tan sensibilizados con otra idea: que también aprendemos durante todo el periodo de vigilia, de la mañana a la noche, en todas nuestras relaciones, en todos los contextos, cada vez que interactuamos con nuestro entorno, particularmente el social. Y que, en la medida que estamos constantemente aprendiendo, debiéramos poner en valor y debiéramos tomar en consideración este capital.

Durante 365 días al año y más en los bisiestos. En la empresa y en la comunidad de vecinos/as (sí, también en ese “ring” se produce aprendizaje). Inevitable. Muchas veces involuntario, muchas inconsciente, generalmente no percibido ni valorado. Ni organizado ni estructurado. Ni intencionado. Aprendizaje también.

Múltiples estudios reflejan la efectividad del aprendizaje informal en el contexto laboral: entre el 70-90% del aprendizaje de las personas empleadas ocurre de manera informal en el puesto de trabajo. Sólo el 10% de lo aprendido proviene de cursos, y 20% (a través de otros medios). Sin embargo, este caudal de conocimiento, de capacidades, se despilfarra al no ser validado ni valorizado ni reconocido. ¿Te imaginas si reconociéramos estas fortalezas?

Decíamos en agosto que es necesario hacer del aprendizaje permanente una opción más atractiva, accesible e integradora. No sólo del aprendizaje formal; también hemos de meter en este saco el informal. Y para ello no podemos obcecarnos doblando la dosis de soluciones que sirvieron en el pasado, como si “más de lo mismo” fuera el doble de bueno. Persistir, como Kif y Kof en “Quién se ha llevado mi queso” acudiendo al mismo lugar en busca de queso, no cambiará la situación. Aprendamos de Oli y Corri: pensemos diferente.

Javier Riaño

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  • Creo que todo el mundo o i la mayoría, os tendría que conocer.
    Simplememte deciros que estoy muy agradecida por ofrecerme la oportunidad de conoceros.
    Sois de gran ayuda para mí.
    Grácias. Un saludo

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Javier Riaño

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