Cuanto más lee uno, más se da cuenta de que esto del mundo del libro es un auténtico disparate. Se eleva a la categoría de “héroes del momento” a auténticos cantamañanas de las letras y se condena al ostracismo a escritores que tienen cosas que contar y que encima las cuentan bien. Y esto no tiene nada que ver con la situación del mercado ó con que un libro en cuestión se publique en una editorial grande ó pequeña, no. Esto tiene que ver con la miopía de un entramado que está más pensado para conseguir dinero fácil, que para apostar por autores relevantes que a la larga puedan dar ingresos y prestigio a una editorial determinada.
Digo todo esto, porque hay un caso que resume perfectamente la miopía del sistema editorial actual. Es el caso de Anne Michaels. Esta escritora lo tiene todo, todo, para ser una estrella de las letras. Lo es en su Canadá natal donde sus dos novelas
Dicho esto, hay que señalar que La cripta de invierno (Alfaguara), como su anterior novela, publicada hace diez años, Piezas en fuga, es una obra maestra. En ella se nos habla del amor y la felicidad, pero también de la tragedia y el dolor, y de lo fácil que es pasar de un estadio al otro en un suspiro. La historia está centrada en el matrimonio Escher, en Avery el ingeniero y Jean la botánica. Es 1964, y los dos se encuentran en Egipto. Avery ha sido contratado por las autoridades de ese país para trasladar el templo de Abu Simbel, piedra a piedra, a un lugar más elevado, para evitar así que sea cubierto por la crecida de las aguas que provocará la construcción de la presa de Asuán. El reto es formidable para un ingeniero. Además Jean está embarazada y el futuro se abre ante ellos con grandes perspectivas. En la primera parte de la novela Anne Michaels reflexiona sobre la felicidad y la compara con el pasado, cuando los protagonistas rememoran sus infancias marcadas por la relación con progenitores extraordinarios. En el caso de Avery por un padre ingeniero, apasionado por los engranajes, y una madre pintora marcada por el holocausto judío de la II Guerra Mundial. En el caso de Jean, por una madre enamorada de la poesía –vendió sus joyas para comprar un libro de Neruda– que murió joven y un padre maestro que le transmitió su pasión por la naturaleza y los libros. Los dos, a pesar de tener pasados marcados por la desgracia -los bombardeos sobre Londres él, la muerte de la madre en Canadá ella-, vivieron sin embargo infancias relativamente felices.
En la segunda parte, una tragedia personal, acabará alejando a la pareja que vivirá vidas separadas, sin perder de todo el contacto, gracias al teléfono y las estancias por separado en la casa de Marina, la madre de Avery. Éste volverá a la universidad para convertirse en arquitecto: el terrible éxodo de millones de personas provocado por la presa de Asuán le ha hecho odiar la ingeniería; mientras Jean se volcará en las plantas y conocerá a un artista polaco y a su gente –la mayoría judíos que vivieron una segunda guerra mundial atroz en el gueto de Varsovia-, hecho que le permitirá superar sus fantasmas personales.
Anne Michaels ha escrito una prodigiosa historia sobre la redención, a veces posible, a veces imposible, y sobre la vida que muchas veces es zarandeada por tragedias personales y tragedias colectivas. Un libro que reflexiona sobre el amor, la amistad y sobre la muerte en vida, que sin embargo puede ser esperanzadora, como esas bacterias muertas sobre la tierra seca que cuando se mojan producen lo que los científicos llaman “petricor” y que el común de los mortales conocemos como “el olor de la lluvia”. Impresionante novela.
Enrique Martín
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Comparto plenamente la critica Me parecio una novela estupenda Me removió las fibras mas profundas Hay frases que no las podre olvidar
La verdad es que la compre porque tenía una faja que anunciaba que la recomendaba Jhon Berger que es un escritor que admiro mucho