“Poco tiempo antes del estallido de la guerra franco-prusiana moría en Dillenburg, una pequeña ciudad del antiguo condado de Nassau, el terrateniente Eduard Von Jochberg. Era un anciano señor lleno de manías y de una parquedad de palabras rayana en lo patológico. La mayor parte del año la pasaba en sus tierras. Sólo en los últimos años de su vida los crecientes achaques de la edad lo habían forzado a trasladar su residencia habitual a la ciudad.
Ninguna de las pocas personas con las que tenía trato intimo –pues a quienes más frecuentaba era a sus perros de caza y a sus caballos- tenía conocimiento de que Herr von Jochberg era un antiguo militar que en su juventud había intervenido en algunas de las campañas de Napoleón I…”
Varias de las trece novelas de Perutz tuvieron notable éxito, y fueron admiradas por Borges, que contribuyó a su traducción al castellano. Sin embargo, hoy difícilmente pueden encontrarse algunas de ellas en los catálogos editoriales. Lo que las convierte en productos inusuales es su curiosa mezcla de géneros. Para el avezado estudioso de la historia que fue Perutz, narrar significa codificar el pasado en clave fantástica. El marqués de Bolivar, por ejemplo, está ambientada históricamente en la guerra de la independencia pero se trata de una recreación completamente ficticia a la que, además, se añaden algunos elementos fantásticos que hacen avanzar la trama.
La vivacidad de los diálogos y la concisión de las descripciones confieren un gran dinamismo a esta historia que se desarrolla en una imaginaria villa de la montaña asturiana, a fines de 1812. Allí han ido a parar, persiguiendo a las partidas guerrilleras, un par de regimientos alemanes al servicio de Napoleón. Los cinco jóvenes oficiales protagonistas del relato comparten el secreto de haber sido amantes de la fallecida esposa del coronel. Mantener este secreto a toda costa hará que se cumpla la maldición del marqués de Bolivar, uno de los líderes guerrilleros, y les llevará a la aniquilación.
No solo tiene ribetes sobrenaturales el personaje que da título a la novela, el citado marqués y su fatídica maldición, sino también el capitán Salignac, militar tenebroso de coraje inagotable al que ni edificios en llamas, ni encarnizados tiroteos consiguen abatir, pues se trata, nada menos, que del Judío Errante.
Borges afirmó que El marqués de Bolivar era un “perfecto ejemplo de novela fantástica en estado puro”. Y su autor confesó que era la novela de juventud de la que se sentía más satisfecho. No es para menos porque funciona como un mecanismo de precisión en el que no sobra ni falta nada, llevando en volandas al lector, sin darle un respiro, desde el impetuoso inicio hasta el dramático final. Si la buscan, la encontrarán únicamente en bibliotecas o librerías de viejo, pero sin duda, serán afortunados al leerla. Y puede que busquen más obras de Leo Perutz.
Javier Aspiazu
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