La amargura y la profundidad de los escritos de Irène Nemirovsky obtienen un relieve distinto si conocemos los difíciles avatares de su biografía. Hija de un banquero judío ucraniano, fue educada por una institutriz francesa de modo que el francés fue su lengua materna y la que habría de elegir para escribir; aunque llegó a hablar muchas otras. Entre ellas (si atendemos a la wikipedia), euskera. En diciembre de 1918, la familia de Irène escapó dela revolución rusa, pero fue en el 1919 cuando llegaron a Francia. Irène, que entonces tenía 16 años, pudo retomar sus estudios y obtener la licenciatura en Letras en la Sorbona. A los 18 años comenzó a escribir. En 1926, Irène Némirovsky se casó con un banquero y tuvieron dos hijas.
Tres años después, mandó su primera novela, David Golder, a la editorial Grasset. Fue un envío con anécdota casi inverosímil: como la joven temió el rechazo, no incluyó en el sobre ni su nombre ni su dirección. Suena raro ¿verdad? Pues más raro todavía fue que el editor publicara un anuncio en la prensa para poder conocer al autor de aquel libro que le había fascinado. Esa primera novela fue un éxito al que seguirían otros. Pero no los suficientes como para que Francia concediera a aquella escritora reconocida su petición de nacionalización. Aunque, junto con su marido e hijas, Nemirovsky se convirtió al catolicismo, fuero víctimas de las leyes antisemitas del gobierno de Vichy. Tanto es así que le impidieron publicar. En 1942, Irène fue arrestada, y al poco sería deportada, ante la indiferencia de sus vecinos, a Auschwitz, donde murió de tifus el 17 de agosto de ese mismo año.
Varios de los trabajos de esta autora –Dantzaldia, en Txalaparta, y Arimen Maisua y Suite frantsesa en Alberdania– ya habían sido publicados en euskera, y ahora tenemos la oportunidad de disfrutar de Birjinak, un volumen que reúne doce relatos inéditos en castellano y traducidos del francés, la lengua en la que escribía Nemirovsky por José Antonio Sarasola Arregi. La amargura a la que aludíamos al principio y la desaparición del mundo como ella lo había conocido son algunos de los temas de este trabajo, Birjinak.
Siete de los doce cuentos fueron escritos en la época de la ocupación nazi, y el que da título al libro fue el último texto que publicó antes de morir. Para combatir la dureza de las experiencias que le tocó vivir –y de otras ajenas a las que asistió–, recurrió en esta colección a la sátira o la ironía y, siempre, a la luminosidad de la verdad de las versiones propias.
Txani Rodríguez
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