Pocas novelas empiezan con la intensidad con que lo hace Diablos de polvo. En la primera página un impacto, en la segunda otro más fuerte, en el segundo capítulo otra conmoción. Comprenderán que, tras este alarde, resulta muy difícil para el autor mantener el ritmo. No lo esperamos. No se puede vivir con tanta intensidad aunque sea en un libro. Diablos de polvo es una novela sudafricana y nos habla de una realidad casi desconocida para nosotros mas allá de las modas instaladas en el primer mundo. Entre esas modas está la novela negra que pocas veces encuentra un escenario más apropiado, y no es un chiste. Estamos muy lejos de la novela negra nórdica, aquí la violencia es mas intuitiva, más brutal. Aquí no es necesario mantener las formas porque la tradición ya es bastante salvaje y algunos de los protagonistas de esta novela siguen viviendo como hace siglos. De hecho uno de los niveles del relato está abonado por una tradición producto de la ignorancia.
Diablos de polvo tiene cuatro protagonistas, quizá cinco. Un policía que no se anda con cuidado a la hora de aplicar métodos irregulares a su investigación y cree que una pistola po
Esta no es una novela para espíritus sensibles. Todo lo que aquí se cuenta es tremendo y no cabe siquiera el alivio del humor. Los personajes son crueles, las situaciones terribles, los hechos bestiales, la violencia feroz. Ustedes mismos. Es cierto que la novela tiene altibajos, ¿cuál no? Y que la parte central podría arreglarse con la eliminación de unas cuantas páginas, pero siempre planea sobre ellas la promesa de que las cosas están a punto de estallar, y a veces estallan, de manera que el lector no puede bajar la guardia esperando ansioso que los momentos de inacción, que no de relax, pasen pronto y tengamos que enfrentarnos a una nueva situación impactante.
Diablos de polvo es una novela no solo intensa sino además muy bien escrita que nos habla de un mundo al que solo nos asomamos cuando noticias como la represión de las movilizaciones de los mineros acaban con treinta y cuatro muertos, se dice que estaban poseídos por demonios y se acaba acusando a las víctimas de ser los culpables de su propia muerte. Así es la realidad de Sudáfrica y así ha sabido retratarla Roger Smith. Por cierto esta novela hace el número dos de la colección Pulpo Negro de la que les hablaba hace un mes al comentar el número uno, Luna de casino. Si ya hemos hablado de los dos títulos que ha publicado parece que al frente de la misma hay alguien con agudo sentido de lo que tiene que ser una serie de estas características. Permaneceremos atentos. Por ustedes.
Félix Linares
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