Pompas de papel

Joan Didion (Sacramento, 1934) es una novelista, dramaturga, guionista de cine, ensayista y periodista estadounidense de gran prestigio en su país, pero de la que poco conocemos por aquí. Solo hace unos años pudimos disfrutar de su maestría gracias a la publicación de un relato autobiográfico, El año del pensamiento mágico, en el que narraba el impacto que había tenido en su vida la sorpresiva muerte de su marido el escritor John Gregory Dunne, conocido por novelas como Confesiones verdaderas que acaba de ser reeditada en castellano. Con este descenso a los infiernos ganó el Premio Nacional del Libro de su país.

Noches azules es una especie de continuación de aquel libro que terminaba con la escritora intentando sobreponerse rápidamente a la muerte de su marido por la grave enfermedad de su hija, de la que tenía que hacerse cargo, y que posteriormente también falleció. Asistimos a la desgarradora lucha de una madre por mantener vivo el recuerdo de su hija fallecida, Quintana, una hija adoptada, deseada y problemática, porque desde muy niña tuvo desequilibrios psíquicos. El libro va de atrás a adelante y viceversa y asistimos a la vida en la California de los sesenta y setenta, una vida influida por las relaciones de los protagonistas con la gente del cine, con Paul Newman, Vanessa Regrave, Natasha Richardson y tantos otros. Una vida marcada por las dificultades de una mujer liberada por criar a su hija: sus miedos, sus dudas, su ansiedad, la fragilidad de todo. Y también el miedo de la propia Didion ante el paso del tiempo, ante la vejez que convierte en retos imposibles las actividades más cotidianas, como conducir un vehículo ó salir a realizar unas compras por la ciudad de Nueva York.

El libro es luminoso, desgarrador, triste y una perfecta radiografía de la condición humana. El libro es “pura literatura”, escrita desde la sabiduría del escritor profesional y desde la profundidad del intelectual comprometido con su tiempo y sus gentes. Las “noches azules” son esas noches del mes de junio en las que el atardecer se prolonga con una brillantez inusitada, líquida, con ese azul transparente que hace que veamos las cosas con mayor claridad. Para lo bueno y para lo malo.

Enrique Martín