Polvo en el neón es la quinta novela de la colección Ilustrada de Tropo Editores. Viene firmada por el escritor catalán Carlos Castán y por el fotógrafo estadounidense afincado en Huesca, Dominique Leyva. Se trata de una nouvelle acompañada, o mejor dicho, completada por imágenes del entorno de los moteles de la mítica Ruta 66. La edición, gracias a la tipografía, a los colores del paginado, a la disposición de las fotografías y a las fotografías en sí, respira cierto aire pop y hasta lisérgico, que puede conectar con el espíritu de Kerouac o de Burroughs. Las instantáneas recogen el imaginario común que la mayoría de nosotros guarda de esos hoteles de carretera, pero son los detalles y las perspectivas lo que las dotan de singularidad y de cierto lirismo.
Vayamos ahora a la historia. La trama está atomizada y va literalmente sobre ruedas. El protagonista, Quinn, debe cubrir un trayecto en coche de un par de días para percibir la herencia de la que su hermano y él son beneficiarios: un puñado de miles de dólares y un motel destartalado. La primera parte del viaje la realiza con su amante, una provocativa joven, con la que mantiene una relación eminentemente sexual. Durante el trayecto, sabremos que Quinn ha descubierto hace poco que su mujer, a quien él evoca en bata o leyendo en la cama o custodiando un bizcocho, también se ve con otra persona. Su plácido matrimonio, quizá plácido en exceso, se descompone y esa certeza abruma y angustia a Quinn, quien parece valorar y desear más a su esposa desde que conoce cómo está el asunto.
Mientras, al otro lado de las ventanillas, la vida para pasar velozmente. “Puede que no todo vaya bien, -dice el protagonista-, quizá las cosas se hayan torcido últimamente más allá de lo deseable, pero ahí estamos pese a todo, en la brega, sin quedarnos quietos, con la guantera lleva de mapas y música, dejando atrás, como si nada, los grandes carteles que a cada paso indican encrucijadas y bifurcaciones, lanzados sin miedo hacia las tormentas que nos esperan y las sombras que vendrán”.
A lo largo del viaje conoceremos a otros personajes como la cuñada de Quinn o su hermano, y seremos conscientes del amenazante sentido de la realidad que tiene el protagonista, que recuerda a cada poco un triste y violento episodio de su infancia que con la muerte de su tía parece haberse reavivado.
Respecto a la forma me ha llamado la atención el larguísimo fraseo de Castán y en cuanto al estilo su capacidad para construir personajes de manera muy solvente en pocos trazos. Al concluir, tendremos la impresión de que las fotografías del libro pertenecen de verdad a esos seres un tanto expuestos que hemos conocido en esta Ruta 66.
Txani Rodríguez
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