“Un día de principios de octubre, yo, Vadim Maslenikov (tenía entonces diecisiete años), al dirigirme por la mañana temprano al instituto, olvidé el sobre con el dinero del primer semestre que mi madre había dejado en el comedor por la noche. Me acordé de él cuando había subido ya al tranvía y las acacias y las picas de la verja del bulevar, en continuo tropel, pasaban como una hilera ininterrumpida y la carga que llevaba sobre los hombros me apretaba cada vez más la espalda contra una barra niquelada. En cualquier caso, ese olvido no me preocupó lo más mínimo”.
En primera persona, con una fría objetividad perfectamente acorde con el carácter que nos irá desvelando, el adolescente Vádim Maslenikov, a punto de entrar en la universidad, nos cuenta sus andanzas por el Moscú prerrevolucionario. El desprecio que siente por su madre, la admiración suscitada por algunos compañeros de colegio. Y sobre todo sus aventuras sexuales, tan urgentes e imprevisibles que le llevan a comparar los encantos femeninos que encienden la sensualidad con los olores de una cocina: “cuando uno está hambriento excitan, cuanto uno está saciado repugnan”. El inesperado amor por Sonia, una mujer casada, pone a prueba la actitud cínica del personaje hacia el otro sexo y la autenticidad de sus emociones. Cuando ella le rechaza, Maslenikov experimenta un vacío que le lleva a probar nuevas sensaciones. La morosa descripción de su adicción a la cocaína, algo novedoso en la literatura de la época, está sazonada con imágenes sorprendentes y agudas reflexiones. Éstas terminan de perfilar el retrato de un personaje amoral, atrayente y repulsivo al mismo tiempo.
En su lenguaje, el autor combina con maestría los modelos clásicos rusos y la vanguardia del siglo XX. Las descripciones, por ejemplo, son brillantes, y las consideraciones sobre los roles sexuales o los efectos de la drogadicción especialmente lúcidas. El resultado es una novela insólita, de gran interés.
El misterioso Marko Levi no volvió a publicar en todo el resto de su larga vida. Es como si esta obra de la que hablamos, citando a Cela, no hubiera sido una novela, sino la purga de su corazón. Y una vez realizada, alejados los fantasmas incómodos, el autor hubiera superado la necesidad de escribir, la adicción a la escritura. Pero descuiden, ustedes sí pueden volverse adictos, sin ningún peligro, a esta fascinante y turbadora Novela con cocaína.
Javier Aspiazu
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