“Existen muchos ingleses, pero sobre todo inglesas, que se sienten avergonzados cuando se les cuenta la descarada piratería que sufren los escritores franceses en Inglaterra. Su Graciosa Majestad, la reina Victoria, firmó en el pasado un acuerdo con Francia con la loable intención de acabar con estos robos tan frecuentes. Se trata de un tratado muy bien redactado, aunque tiene también un pequeño apartado que hace ilusorio su contenido. En esta cláusula, Su Graciosa Majestad, prohíbe a sus leales súbditos apropiarse de nuestros dramas, libros, etc, aunque permitiéndoles hacer lo que ella denominó dorada imitación”.
Algo celoso por el gran éxito que obtenían los escritores ingleses con las novelas de terror, Feval intentó escribir una sátira cáustica de este género, llamado también gótico porque los escenarios eran casi siempre siniestros monasterios o castillos de la época gótica. Un género popularizado, sobre todo, por la escritora inglesa Ann Raddcliffe, a la que nuestro autor tiene el atrevimiento de convertir en protagonista de La ciudad Vampiro, cuyo subtítulo es, justamente, el de Una peripecia gótica de Ann Radcliffe.
El resultado no es tan mordaz como Feval pretendiera, sino más bien, un divertido y surrealista delirio imaginativo adelantado a su tiempo. Un cuarto de siglo antes de que apareciera el Drácula de Bram Stoker, fijando el arquetipo de la literatura vampírica, Feval nos ofrece la versión más original del vampiro de cuantas se hayan imaginado: el señor Goëtzi, el vampiro de su novela, es un ser multiforme capaz de integrar y asimilar los cuerpos de sus víctimas y de convertirlos en dobles de sí mismo a voluntad. Nada menos que una docena aparecen en la novela. Sus ojos y su piel desprenden un resplandor verdoso, convirtiéndose este color en el símbolo de todo el relato. Además, no vive en un solitario castillo, sino en Selene, la Ciudad Vampiro, una tenebrosa localidad a la que nunca llega el sol, situada en algún remoto lugar de la antigua Yugoslavia.
Hasta allí se desplazan en un accidentado viaje, la novelista Ann Raddcliffe y sus sirvientes para liberar a su amiga de la infancia Cornelia y su prometido Ned Burton de las garras del señor Goëtzi y su cohorte de no muertos. Una vez en la Ciudad Vampiro, la narración se convierte en un enloquecido carrusel con rasgos de pesadilla.
Escrita con un ritmo vertiginoso y deslumbrante imaginación, La Ciudad Vampiro es una parodia descabellada y sugestiva, que resulta sorprendentemente actual, e incluso posmoderna, en su transgresión de muchos de los tópicos del género. La encontrarán en la edición de Valdemar del año 2007.
Pues ya lo saben, si empiezan a cansarse de entrevistas con vampiros de diseño o de ñoñas sagas Crepúsculo, atrévanse a visitar La Ciudad Vampiro de Paul Feval. Se llevarán una grata sorpresa.
Javier Aspiazu
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