Empezó como un susurro, pero la opinión generalizada es que nos encontramos ante uno de los mayores talentos literarios surgidos en España en los últimos años. Y es que Elvira Navarro (nacida en Huelva en 1978, que pasó su infancia y adolescencia entre Córdoba y Valencia y vive en Madrid) se ha ganado el respeto de todos con la publicación de dos novelas complementarias, La ciudad en invierno y La ciudad feliz. Dos novelas en las que vuelca su inquietante mirada sobre la realidad de hoy.
Esta línea se mantiene en La trabajadora (Random House), en la que cuenta la historia de Elisa, correctora de profesión, que para huir del abismo de la pobreza decide alquiler una habitación a otra mujer Susana, acechada por la locura, que vive en un mundo de ficciones. La novela arranca con una voz verborreica, la de Susana, a la que Elisa acota de vez en cuando. Susana cuenta sus encuentros casi sexuales con gente de toda condición a la que conoce a través de anuncios de contactos en la prensa. Hasta que encuentra al enano homosexual Fabio, personaje al que odia, pero soporta porque es el único ser humano que consigue darle placer, si exceptuamos un antiguo novio holandés, Janssen, con el que sigue relacionándose a través Internet. A partir de aquí la novela da un giro y la veleta de la locura comienza a apuntar a Elisa, un personaje atormentado que pasea sola por la ciudad y sus extrarradios, que no soporta a su inquilina y que solo tiene un amigo, German, que fue el que le sugirió el nombre de Susana para que se convirtiera en su inquilina. La novela viene a decir que todos estamos un poco locos, y que son pocos los centímetros que separan la excentricidad, los miedos y las manías de la locura.
Una narración que habla de las consecuencias de la crisis económica: de casas ocupadas a medio construir, de negocios cerrados, del trabajo precario, de la frágil salud física y mental que soportamos ante tanto desastre. Una novela repleta de historias que podrían funcionar de manera autónoma, como cuentos, cuentos que ofrecen más apuntes del campo de batalla y desolación en el que vivimos. Hasta el amor puede ser un engaño. Ten cuidado si rascas la superficie.
Enrique Martín
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