Hay novelas que nos cautivan, aunque sepamos que no aporten gran cosa desde el punto de vista literario. Hay novelas que nos enganchan porque nos tocan el corazón, aunque se le noten demasiado las costuras. Hay novelas que simplemente queremos que acaben bien, porque a todos –o a casi todos- nos leyeron de niños cuentos con final feliz. La vida puede llegar a ser tan brutal, a la actualidad nos remitimos, que los lectores necesitamos de vez en cuanto un poquito de esperanza, de felicidad, aunque sepamos que en la realidad las cosas nunca funcionarán así, como en los cuentos de hadas. Pero esto, es literatura, ¿no? Y en la ficción literaria todo es posible, hasta las mentiras piadosas reconfortantes.
Dicho esto he de reconocer que El amor entre los peces del austríaco René Freund, un éxito en los países de lengua alemana. ha sido una novela que me ha hecho disfrutar mucho, aunque su argumento sea mas falso que una moneda falsa. A saber. Fred Firneis es un escritor de éxito, un poeta de éxito (ja), que sin embargo se encuentra en plena sequía creativa.
La novela, como no, habla de las segundas oportunidades, aunque éstas se produzcan de forma fraudulenta. También juega con el encuentro entre el urbanita aburrido y el buen salvaje, que, como no, acabará haciendo ver al primero lo equivocado de su actitud ante la vida (“carpe diem” ó vive el momento, tío, vive el momento) Además contiene, como no, una interesante reflexión sobre las relaciones de amor-odio, casi maternofiliales, que se establecen, ó se establecían antes del actual estado de cosas, entre editor/editora y escritor/escritora. Y, como no, la novela habla finalmente del amor como redención en un mundo caótico en el que es difícil encontrar el rumbo a seguir. Por cierto, como no, la estructura de la novela se articula en torno al hollywoodiano “chico y chico se encuentran, chico y chica se enamoran, chico y chica se separan y chico y chica se reencuentran”. Eso sí entre tanto tópico, la novela aporta algunos momentos de dulce frescura, unas pizquitas de humor inocente, y un inesperado e irónico final casi realista.
En fin, a pesar de reconocer todo esto, me ha gustado la novela porque, de vez en cuando (a quién no), me gustan los finales felices y porque me ha hecho sentir como un niño. Lo dice muy bien el autor cuando por boca de Fred asegura: “Enseñamos a los niños a rezarle a su ángel de la guarda pero, al hacernos mayores, los buenos espíritus nos abandonan. Y así va el mundo. ¿Y por qué nos abandonan los buenos espíritus? Porque nosotros nos olvidamos de ellos y vivimos en una realidad en la que los únicos capaces de ver otros mundos son los niños o los locos”. Ya sé, ya sé, basura new age, pero que le vamos a hacer, uno tiene que vivir con sus circunstancias y contradicciones.
Enrique Martín
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