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Marisha Pessl, reivindicando la novela negra clásica

No nos equivoquemos, a pesar de las sugerencias sobre los elementos fantásticos que la componen, esta es una novela detectivesca clásica. En ella un periodista busca desesperadamente a un maestro del cine de terror, un tipo que vive oculto del mundo y que ha dejado para la posteridad una serie de películas donde los aficionados creen encontrar claves esotéricas arcanas y nuestro héroe la posibilidad de esclarecer la muerte de la hija del cineasta. Se da la circunstancia de que este periodista había denunciado prácticas aberrantes del cineasta vislumbradas a través de la denuncia de una especie de garganta profunda del entorno del director de cine. Pero todo acabó siendo una trampa, o eso parecía, porque aquellos reportajes que deberían haberle encumbrado acabaron con su carrera. Y ahora es un tipo resentido, divorciado, arruinado, que cree que descubriendo que pasó, le será devuelta la vida anterior. Las cosas no serán fáciles, por supuesto, pero allí va nuestro protagonista. Pronto encontrará ayudantes, un misterioso joven y una camarera aparentemente desconectada del caso que le servirán para ir recopilando información.

No les voy a contar más del argumento de Última sesión porque no se trata de arruinárselo, pero si les diré que la historia está muy bien trabada, que todos los hilos sueltos encuentran su sitio en la madeja y que la acción avanza adecuadamente. Junto a las andanzas de los personajes la autora ha incluido diferentes materiales gráficos que ilustran fundamentalmente las vidas del cineasta y su hija y aportan cierta verosimilitud a la narración, aunque esta no sea necesaria. Nosotros estamos siempre dispuestos a creer a los autores por muy descabelladas que puedan resultar sus historias y esta no lo es demasiado, pero tiene su punto. Claro, al final nos tropezamos con un escollo: su excesiva duración, casi setecientas páginas. Y es que la novela que es magnífica en su primera parte, que resulta amenazante, sugerente, repleta de incidencias, empieza a perder fuelle a partir de las quinientas páginas, cuando nuestro protagonista llega al lugar donde se supone que está el buscadísimo realizador y se ve metido en una alucinante vorágine donde la autora también parece perder el control. A partir de ahí la narración se recupera en algunos momentos, pero digamos que el entusiasmo del lector se ve seriamente dañado, al menos el mío, que no dudo que habrá quien siga con interés los acontecimientos hasta el final, pero debo reconocer que a mí me derrotó a esa altura.

Hay sin embargo que cerrar todas las tramas, arreglar a los personajes, redondear la jugada y a ello se dedica con entusiasmo la autora. Felices pues llegamos al final porque, después de todo, esta novela apunta buenas maneras, un tanto malbaratadas quizá por una bisoñez y las dimensiones del empeño. Así que aplaudimos la aparición de Marisha Pessl y vigilaremos su evolución. Solo puede mejorar. Y ahí estaremos nosotros.

Félix Linares

Kike Martin

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