“A nadie le importa dónde aparecen los muertos”. Esta es una frase, una idea, que se repite en la última novela de Marcelo Luján, pero no estamos, desde luego, ante una repetición gratuita. De algún modo, esa frase resulta reveladora porque hay muertos en Subsuelo y parecen cambiar de lugar. Pero vayamos a la trama: la novela está protagonizada por dos hermanos mellizos adolescentes. Pasan el verano con sus padres y otro matrimonio que tiene a su vez otros dos hijos. Es agosto y se encuentran en una parcela, en un valle, rodeados de abedules. Hay una casa, un porche, una piscina, un pantano. Y también hormigas, muchas hormigas y muy molestas. Sin muchos más datos que esos, ya en las primeras páginas, en los primeros párrafos, intuimos que va a suceder algo terrible.
Subsuelo es un libro muy absorbente, en el que la tensión se mantiene de forma constante. Es difícil abandonar la lectura y quitarse a los pers
Subsuelo es una historia realista en la que sin embargo destacan algunos elementos que juegan un papel más simbólico. Se despliegan, por tantos, distintos planos narrativos para hablarnos de la crueldad, de la maldad, de la tragedia; la tragedia que pasa un verano por esas familias y que, como si hubiera terminado de hacer su trabajo, como si fuera una perfeccionista psicópata, acude de nuevo a esa parcela para rematar la faena.
Luján nos cuenta cómo se gesta, cómo se macera, la desgracia y nos prepara para un desenlace al que llegamos ya sin aliento y que, difícilmente, podremos olvidar porque lo imprevisible tienes consecuencias imprevisibles.
Txani Rodríguez
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