Paul Theroux, el viajero cansado

El mundo de la literatura le conoce por sus novelas, entre ellas las que han sido llevadas a la pantalla: La costa de los mosquitos, Saint Jack y La calle de la media luna, pero Paul Theroux es, sobre todo, un viajero. Y un magnifico narrador de sus viajes. Casi como un sello personal Theroux comenzó utilizando el ferrocarril para sus desplazamientos y así recorrió el mundo y dejó para la posteridad títulos como El gran bazar del ferrocarril, El viejo expreso a la Patagonia o En el Gallo de Hierro. A principios de siglo, hace casi quince años, Theroux realizó un viaje entre El Cairo y Ciudad del Cabo y lo documentó en El safari de la Estrella Negra. Y diez años después, cuando ya había cumplido los setenta, se empeñó en recorrer la otra costa de África, un continente que conoce muy bien. Y lo intentó, y se encontró con situaciones terribles, y mundos difíciles, y momentos amenazantes y pobreza y gente armada y oportunistas y aventureros y asesinos y sus víctimas. Y, de pronto, casi como por una actitud estética, decidió abandonar.

Explica sus razones en el libro, pero queda la idea de que no es una cuestión de cansancio o de miedo, sino de que todo eso no tiene sentido. Vamos, como si toda su vida hubiera sido un fiasco. La ventaja de Theroux es que vende muy bien sus aventuras, tiene una narrativa aparentemente sincera, que no oculta nada al lector, no tanto lo que encuentra sino lo que reflexiona en torno a ello. Lo que nos cuenta es lo que esperamos. Ciudad del Cabo es un lugar civilizado y tranquilo, tiene la miseria controlada, a los ricos instalados y el resto ya se arreglará. El autor lo cuenta con naturalidad, como si nadie pudiera evitarlo. Empieza pues a subir por la costa, Namibia y después Angola. Encuentra territorios más hostiles, situaciones más difíciles, más miseria, más hambre, empieza a sentirse mal, tiene que trapichear, viaja incómodo, come mal. Le compensan algunas personas que conoce, lo cuenta con detalle. Todo lo narra con precisión, también algunas reacciones de las que no tendría que sentirse satisfecho, pero un viajero colonial como él está por encima de definiciones. Durante todo el viaje guarda la esperanza de que las cosas mejoren, de que haya un paraíso al otro lado de la montaña. Pero allí el terreno es igualmente árido. Los retratos de la gente que conoce son también implacables. Parece que Theroux no juzga pero lo hace, en el fondo es un viejo moralista al que le molesta tener que comentar lo evidente. Y se cansa y se va.

Quizá sea su último viaje y, en consecuencia, su último libro de viajes, pero es tan bueno que merece la pena que se haya molestado en hacer el recorrido y contárnoslo, aunque menos páginas de llanto al final quizá nos hubiera dejado más satisfechos. Esto se ha acabado. Bueno, quizá escriba alguna nueva novela, las tiene muy buenas y muy malas. En cualquier caso siempre conviene seguirle la pista. Si no lo han probado, háganlo.

Félix Linares

Kike Martin

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