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Elvira Lindo y su razonado “odio” a Nueva York

Resulta que en Nueva York hace tanto frío durante tantos meses al año que lanzarse a sus calles da bastante pereza. “La ciudad está horrenda. La nieve se ha helado en las aceras, convertida ya en costra grisácea, y todo parece amarronado bajo un cielo plomizo”, describe Elvira Lindo. “¿Por qué oigo tantas veces -añade- que esta ciudad es glamurosa? Quienes dicen eso, ¿la han sufrido?” Resulta, además, que Nueva York está llena de ratones. Y algo más, algo de verdad grave y muy serio: “No he visto en ninguna ciudad del mundo a tantas personas con los miembros amputados. La consecuencia de la escasa o nula cobertura sanitaria, de una alimentación insana, de poca cultura, del desamparo.” De alguna forma, parece que en las primeras páginas de Noches sin dormir todas las luces de neón de esta ciudad mítica se apagan de pronto. Quizá por eso no choque el anuncio que hace la autora: “Creo que este va a ser el último invierno que pasemos en Nueva York”.

Y así será, Elvira Lindo y su marido, Antonio Muñoz Molina, que daba clases de literatura en la Universidad, ya no viven en la ciudad de los rascacielos. Sin embargo, la lectura avanza, el hielo inicial se derrite y las luces se encienden. En este libro que está a caballo entre las memorias, la crónica y los diarios, Elvira Lindo nos muestra su barrio, el Upper West. La lectura nos permite conocer calles, clubs de jazz o restaurantes. También accedemos a ciertos rasgos de carácter de los neoyorquinos. Sabremos por ejemplo que les cuesta ofrecer su amistad, que no parecen valorar su patrimonio musical, que disfrutan de la vida, en definitiva, de un modo muy distinto al nuestro. Por las páginas de de Noches sin dormir, que incluye una serie de fotografías tomadas por la propia Elvira Lindo, desfilan personas como un simpático peluquero latino, un camarero-novelista, un investigador, un fotógrafo, viejos amigos, y, dejando una impronta especial, Rubiela, la señora de la limpieza. Además, Noches sin dormir nos asoma al Hudson, a los teatros de la ciudad, al Metro, al paisanaje neoyorquino.

Pero, sobre todas las cosas, en este libro lo que destaca es la voz más íntima de la autora: sus reflexiones, sus observaciones, sus miedos…. Elvira Lindo habla de lo duro que fue dejar a los hijos, y en especial a su padre, al otro lado del océano, de su carácter, de las decepciones, de las alegrías, de su vida en pareja y sobre su futuro profesional: “Hoy he decidido que no quiero ser escritora. Escribiré hasta que me muera porque estoy acostumbrada desde niña a emplear el tiempo de esa manera y porque así me gano la vida, pero siento muy profundamente mi falta de ambición, mi miedo cada vez más insuperable a escribir un libro y que esté en manos de todo el mundo”. Espero que revise la decisión porque la de Elvira Lindo es una de las voces más incisivas, amenas, despiertas y divertidas que tenemos, y ya está de vuelta de Nueva York.

Txani Rodríguez

Kike Martin

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