Puede que vayan a ponerse de moda las narraciones de ciencia-ficción orientales, según anuncias las tendencias, pero no conviene olvidar que este género es, prácticamente, un invento estadounidense en cuanto a su propagación por el mundo. Nacido a principios del siglo pasado gracias a las aportaciones de Herbert George Wells, saltándose algunos inciertos precursores, encontró un gran medio de difusión a través de las revistas especializadas en unos Estados Unidos que durante la Gran Depresión y la II Guerra Mundial miraban hacia el futuro con la esperanza de una vida mejor. Por supuesto había ciencia-ficción en casi todos los países del mundo, pero digamos que fueron los yanquis los abanderados del género, al menos para nosotros.
La ciencia-ficción tuvo un repunte importante a partir de la década de los sesenta en la que el signo del futuro cambió radicalmente: ya no era un lugar atractivo sino amenazador y opresivo.
Ha cambiado la ubicación, pero no demasiado las circunstancias. Parece Bacigalupi obsesionado con el calor que viene y la ausencia de agua y ese es el principal escenario de la historia: un sur de los Estados Unidos donde el agua escasea y es comercializada por diferentes empresas que utilizan métodos irregulares, como asaltar las plantas de los rivales con fuerzas paramilitares. Matan por conseguir el agua y así para venderla a poblaciones arruinadas que la esperan aunque tengan que delinquir para pagarla. Y en esta situación un sicario de una de esas poderosas empresas tiene que conseguir un contrato que le permita acumular mucha de esa escasa agua.
Cuchillo de agua es prácticamente un thriller en un escenario postapocalíptico muy cercano al de Mad Max, y el resto es aventura y persecuciones y disparos y peleas. Todo muy entretenido, más aventura que reflexión aunque se incluyan críticas leves y ya tópicas. Hay un cierto misticismo flotando en el ambiente. Y los personajes habituales, muy bien tratados, haciendo lo que se espera de ellos. En definitiva, lo que ahora mismo se espera de la ciencia-ficción. No sé si el género escrito en China cambiará sustancialmente al tendencia, pero he leído algunos relatos que, la verdad solamente se diferencian en el color local. Es divertido, aunque amenazador, pero le falta la agudeza de los viejos maestros capaces de manejar el sentido de la maravilla que tanto echamos de menos.
Félix Linares
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