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Las inquietantes tierras del ocaso de Julien Gracq

En 1956 el escritor Julien Gracq comenzó a trabajar en una novela a la que dedicó tres años. Se tituló Las tierras del ocaso y por diversas circunstancias no se publicó hasta 2014. La acción del libro transcurre en un tiempo impreciso, que recuerda a la Edad Media, en un lugar ficticio que simboliza a Francia. Tal y como se señala en el epílogo, Gracq dibuja un Estado que falta a su cita con la Historia. Lo cierto es que los habitantes de esas tierras aguardan con una tranquilidad desasosegante la llegada de las tropas invasoras. “La ciudad se adormecía, maciza, amarrada por los siglos a las atalayas de sus clavijas rocosas, con su peso ciego apretujado en lo más hondo de aquel coy fláccido, con un débil rumor de vísceras satisfechas y la respiración adormilada por fuertes calores”. Sin embargo, y a pesar de ese abotargamiento, un grupo de hombres –entre los que se encuentran el narrador y su compañero Hal– parten hacia la frontera para unirse a lo que podría ser, en este juego de identidades, la Resistencia.  El narrador toma la decisión de forma vicaria, descafeinada, como si no pudiera hacer otra cosa, o no quisiera hacerla y se desliza, así, en estas páginas una reflexión sobre cierta heroicidad involuntaria.

Habrá, en ese viaje hacia la frontera y hacia la impasividad, espacio para la amistad; de hecho, uno de los temas de este libro, es la fraternidad: “No conozco palabra de camaradería más auténtica: buena gente, un hombro para la cabeza adormecida; en la adversidad, el rostro mismo de la serenidad, que a veces he visto humedecido; siempre ante mí, contra el sol, como un escudo, vuestras anchas y macizas espaldas, soldadas como en una aureola por el polvo legendario del camino”. Como vemos, aunque la novela transcurre bajo la sombra de la guerra, no es la guerra el gran tema de la novela. Lo rebasa en importancia la evocación de la tierra, de la naturaleza, como refugio cierto, palpable y sensorial. Las descripciones son, sin duda, un prodigio de precisión terminológica, lirismo  y plasticidad.

A estas Tierras del ocaso se accede a través de una especie de bruma extraña y hermosa, que no nos permite, como lectores, definir bien el territorio, pero a la que pronto se nos acostumbrarán los ojos hasta ser capaces de identificar una honda alegoría de la Ocupación narrada con un estilo impresionista. Gracq, a quien nunca le convenció el sistema literario, rechazó el premio Goncourt y un asiento en la Academia. Dicen algunos críticos que no le dieron el Nobel porque lo habría rechazado. No sabemos, pero de lo que no dudamos es de es la calidad de una obra que ahora, con la publicación de Las tierras del ocaso se completa.

Txani Rodríguez

Kike Martin

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