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Bajo los montes de Kolima, Lionel Davidson consagrado

Parece que solo existen dos tipos de novela de espionaje: las protagonizadas por James Bond y sus imitadores, que, por cierto, nunca llegan a la acción sin respiro de sus películas, y las que están representadas por las obras de John Lecarré, que parece haberse convertido en el único representante de una especialidad mas turbia, más complicada, seguramente más real, cuando hay otros nombres como los de Len Deighton o, más lejanamente Eric Ambler que también tienen un particular concepto del género. Lionel Davidson, que tiene su particular estilo, escribió algunas novelas de espionaje de cierto éxito en los países anglosajones, en la década de los sesenta. Después lo dejó. Y volvió en los noventa con Bajo los montes de Kolima. Y después murió.

Esta novela se ha publicado ahora entre nosotros. Y ya podemos asegurar que se trata de una historia que no tiene nada que ver con las divisiones anteriores. Bajo los montes de Kolima comienza con un incidente en una base supersecreta situada en un lugar inaccesible de Siberia. Alguien hace llegar un mensaje a Occidente. Y los servicios secretos ingleses buscan a la persona adecuada para solucionar este problema. Conocemos pues al superagente, el individuo que habla varios, muchos idiomas, que es un tipo fuerte, arrojado, con múltiples habilidades. Nos parece que tenemos dominado el asunto, pero ahí es donde las cosas cambian. En lugar de dejarse caer en paracaídas sobre el lugar de los hechos, saltar las barreras, descubrir los experimentos que se hacen en esa base, acabar con los malos y volver en tres páginas a Londres para celebrarlo como parece lógico que ocurra, nuestro personaje tarda ciento cincuenta páginas en llegar a las cercanías de la instalación cubriendo todas las posibilidades para no ser descubierto. Una vez allí establece un complejo plan de acceso al lugar y un sistema de fuga todavía más complicado. Después hace lo que debe y tiene que escapar recorriendo la tundra a través de un montón de kilómetros perseguido por un sinfín de enemigos. Y así, claro, tenemos un volumen de muchísimas más páginas, todas interesantes, de las habituales.

Como no hemos leído las novelas anteriores de Davidson no podemos saber si este peculiar estilo es la marca de fábrica del autor, mezclar lo convencional con lo insólito, las señas de identidad del género con episodios sorprendentes protagonizados por personajes absolutamente reales con algunas características sorprendentes como que el protagonista hable todos los idiomas de la zona. Es lo que Santiago Posteguillo referencia como el síndrome de El Capitán Trueno, que sabe hablar todas las lenguas vaya donde vaya. Bajo los montes de Kolima es, pues, una novela diferente, apasionante a ratos, cansina en ocasiones, algo reiterativa en general, frenética en el principio y el final, satisfactoria en cualquier caso. Una muestra de un género literario que ya no se practica y que mueve un poco a la nostalgia, algo que siempre es bien recibido en los géneros literarios.

Félix Linares

Kike Martin

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