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Los brillantes e inteligentes aforismos de Ramón Eder

El Premio Euskadi de Literatura en castellano ha roto moldes en su última edición. Porque el jurado ha decidido premiar un libro de aforismos, algo no muy habitual. El galardón ha recaído en el veterano Ramón Eder, un navarro, nacido en Lumbier en 1952 que vive en Donostia. Un tipo que estudió filosofía y que ha desdeñado siempre los géneros más vendidos como la novela y el ensayo. Es decir que es un escritor que cultiva géneros que no llegan al gran público, como la poesía o el relato breve. Pero en los últimos tiempos le ha dado por el aforismo, que según define el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española es “una máxima o sentencia que se propone como pauta en alguna ciencia o arte”, una definición que se queda un poco corta, como vamos a demostrar. En los últimos años Eder ha publicado once libros de aforismos, el último este galardonado Palmeras solitarias.

El autor dice que “un libro de aforismos es una especie de diario, no de lo que uno hace sino de lo que uno piensa”. No puedo estar más de acuerdo. También asegura que “el buen aforismo es el que dice más de lo que parece, no el que parece que dice más de lo que dice” y que, atentos, “no todas las frases buenas son aforismos, porque el aforismo tiene que tener algo autónomo y desconcertante”. El aforismo debe ser, como dice en el prólogo el escritor Juan Bonilla, algo parecido al punto final con el que “se solventa una conversación de la que no se nos da noticia”. También a mi entender es una argumentación de la que se elimina la paja, la cháchara.

Se nos sugiere que el aforismo es al pensamiento, lo que el cuento a la literatura; que  puede llegar a ser metafísica de bolsillo; que debería de tener un punto de mala leche. Este es un libro que reflexiona sobre el sentido de la vida: “entre dos eternidades vivimos unos años y lo llamamos vida” o “tan misteriosa es la vida que necesita una explicación misteriosa” o “la vida es una ficción basada en hechos reales” o “la vida consiste en resistir la tentación de tirar la toalla”. También es un libro que reflexiona sobre las cosas de la vida con un punto de cachondeo: “el carácter se forma los domingos por la tarde” o “los que triunfan póstumamente tienen la suerte de no enterarse de la mala suerte que han tenido” o “a veces hay que darle la razón al que no la tiene para que aprenda”. Hay además sabiduría en este libro: “hay cosas importantes que sabemos pero que no sabemos que las sabemos”; y resignación: “es triste darse cuenta de que ya es tarde para cometer ciertos errores”; y constataciones sobre la realidad, sobre lo que sucede a nuestro alrededor: “el fin justifica los miedos”.

Estamos ante un libro de aforismos inteligente, doloroso, sensible, divertido, hermoso, vital, reflexivo, sentimental, entrañable, poderoso y tierno, muy tierno. Un libro en el que se nos dice con absoluta sinceridad que no todo lo que se busca se encuentra y que a veces lo encontrado de chiripa puede ser luminoso: “los mejores aforismos suelen ser serendipias”. Hay que leer a Ramón Eder, ofrece consuelo espiritual y brillantez literaria.

Enrique Martín

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