Jean Jacques Sempé (Burdeos, 1932) es uno de los dibujantes e ilustradores franceses más famosos de los últimos sesenta años. Curtido en el humor gráfico social, satírico y político, en diarios y revistas como Sud-Ouest, L’Express o París Mach, su trabajo alcanzó fama mundial cuando empezó a trabajar como portadista para The New Yorker. Pero sin lugar a dudas su obra más popular, y por la que será recordado, son las aventuras del Pequeño Nicolás, en las que ilustró las maravillosas historias escritas por el guionista y novelista René Goscinny, sí, el autor de los guiones de Astérix. Las aventuras del Pequeño Nicolás, que aparecieron originalmente en 1960, triunfaron, según Sempé, porque nacieron pasadas de moda, eran atemporales, universales y cultivaban la nostalgia de varias generaciones. Y también, confiesa Sempé, porque hablaban de la bondad y la maldad, desde la comprensión de las debilidades humanas. Y porque aunque eran niños los protagonistas, en el fondo éramos nosotros, adultos, pero más bajitos. Fueron catorce volúmenes que han ido agrupándose en diferentes recopilaciones.
Pero Sempé publicó más libros ilustrados por él, entre otros Catherine con textos del nobel Patrick Modiano y, con textos propios, Monsieur Lambert (donde recupera la atmósfera de los
Taburin es un tipo entrañable que vive en el pequeño pueblo francés de Saint-Ceron. Es además un maestro en el arte de arreglar bicicletas. En su nombre, en su pueblo a las bicis no le llaman bicicletas, sino “taburinas”. Un honor que solo comparten en la pequeña localidad el señor Auguste Fronard, maestro del arte de curar jamones, conocidos como “fronardos”, y el señor Frédéric Bifaille, maestro en rectificar miopías, estrabismos y astigmatismos con sus gafas, denominadas “bifallas”. Pero mientras Fronard y Bifaille disfrutan de sus dones, a Taburin le reconcome la angustia porque es incapaz de subirse a una “taburina”, porque por mucho que lo ha intentado nunca ha conseguido andar en bicicleta. Hasta ahora ha podido ocultar ante sus vecinos con todo tipo de triquiñuelas y utilizando el sentido del humor, su “tragedia”. Pero todo amenaza con venirse abajo cuando al pueblo llegar a vivir un famoso fotógrafo, Hervé Figougne, empeñado en hacer un reportaje fotográfico sobre Taburin y por consiguiente empeñado en sacarle una fotografía andando en bicicleta. Y hasta aquí podemos leer.
Sempé construye una historia perfectamente ensamblada en la que reflexiona sobre el destino, el triunfo, la derrota y el “encontrar un lugar en el mundo”; una reflexión sobre la felicidad y sus aristas, porque aunque no lo parezca las personas más felices pueden esconder grandes agujeros negros de infelicidad. La conclusión de Sempé es que no nos angustiemos tanto porque todos, todos, vivimos rodeados de esos agujeros negros. Un libro hermoso por el texto (¡qué grandeza y ternura!, ¡qué poco apreciados los textos de Sempé!) y los extraordinarios dibujos repletos de vida, humor, poesía y una aparente ligereza técnica (en realidad maestría) que nos dejan asombrados. Lástima que Sempé a sus 88 años haya dejado casi de escribir y de dibujar. Un maestro.
Enrique Martín
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