Los cuidados paliativos y Eduardo Berti, pura literatura

Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) es un notable escritor argentino que lleva unos años viviendo en Francia, concretamente en Burdeos. Entre su obra destacan las novelas Agua, Todos los Funes, El país imaginado y Faster y los libros de relatos Los pájaros, Lo inolvidable y Círculo de lectores. Todos ellos han sido escritos en castellano. Sin embargo Una presencia ideal, que se publicó originalmente en Francia hace tres años, está escrito en francés y parte de un encargo. Entre abril y diciembre de 2015, como cuenta el autor en el prólogo, Berti pasó varias semanas en el hospital universitario de Ruan, “invitado y acogido” por el servicio de cuidados paliativos. La idea era que se convirtiera en una especie de residente médico-literario y que pulsara el día a día de un lugar donde la gente que ingresa acaba muriendo (casi todos). Berti se entrevistó con sanitarios y cuidadores y les hizo hablar en primera persona de sus vidas y experiencias. El autor se dio cuenta enseguida de que el libro solo podía ser escrito en francés. Y así lo hizo.

Una presencia ideal deja hablar en primera persona a médicos, residentes, enfermeras, cuidadoras, camilleros, y también a esteticistas, músicos, lectores… a toda la gente que trabaja y pasa por una unidad de cuidados intensivos. Los nombres de las personas están cambiados, para proteger su intimidad, pero su profesión es la que es. El libro, que acaba convirtiéndose en una especie de volumen de relatos, es impresionante. Los profesionales toman la palabra y hablan de los enfermos, de sus familias y de ellos mismos. Son conversaciones a calzón quitado donde se habla del dolor y la muerte, pero también de la vida y de las lecciones que nos dejan, con mucha dignidad, los que se van: lecciones de esperanza. Todos saben que los enfermos en paliativos no se curan, que el que entra allí, muere, pero todos saben estar a la altura de las circunstancias. Todos, todos, igual es mucho decir, porque algunos familiares son superados por las circunstancias y hacen cosas que no deberían hacer. Pero el dolor cada uno lo lleva como puede.

Se habla de muchas cosas en este libro. De cómo afrontar la primera muerte cuando empiezas a trabajar en paliativos. De las apuestas que se hacen sobre quién morirá antes (para afrontar la tensión). De lo dolorosas que son muchas muertes entre los profesionales y de la necesidad de no tutear a los pacientes, de no acercarse mucho a ellos. De cómo afrontar que un enfermo no quiera ver a algunos familiares. De ver morir a alguien que no quiere tu consuelo. De no entrar jamás en la sala de los familiares. De cómo afrontar que se enamoren de ti. De cómo afrontar a los “viejos verdes”.  De lo conveniente que es leer historias cortas a los moribundos: no se terminan las novelas. De la importancia de los niños en paliativos: son la vida. De la rabia que los sanitarios tienen que aguantar. De las secretarias médicas que prefieren no conocer a los pacientes: tienen que hacer el papeleo cuando mueren. De esos pacientes que viven más, cuando no quieren. Del tópico de que la mujer aguanta mejor el dolor. De dudar de tu pareja con razón: “encontrará a otra persona cuando ya no esté”. Del “enganche” de algunos sanitarios con algunos pacientes. De algunos sanitarios que no pueden contener su emoción, para satisfacción de enfermos y familiares. Del miedo de los sanitarios a la habitación vacía, que todavía huele a muerte. De la angustia de oír el timbre de llamada, una y otra vez. De no enfadarse nunca, nunca, con los pacientes porque pueden morirse antes de que puedas disculparte. De algunos momentos gloriosos, como celebrar una boda con alguien que se va a morir: es una gran alegría. De que debería ser obligatorio que los sanitarios estuvieran como enfermos en paliativos para poder ejercer. De la importancia de los voluntarios, porque están, solo están. De estar cerca de los pacientes, en cualquier circunstancia. De transmitir consuelo cuando debes contar que tu familiar ha muerto. Y así sucesivamente.

Lo dicho, un libro impresionante, sobrecogedor, que sin embargo nos hace sentir que somos mejores de lo que creemos, porque somos capaces de ofrecer al que muere, “al que se va”, la humanidad que precisa en la mayoría de las ocasiones. Una gran lección de vida. Sí, de vida. Porque aprendemos a querer la vida, cuando somos capaces de despedir como se merece a los que mueren.

Enrique Martín

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