Tiempo estival, días de sol, calor, en los que muchas personas tenemos la oportunidad de tomar un descanso, de disfrutar de unas vacaciones.
En estos momentos del año, suele ser más fácil apreciar la belleza de los lugares que visitamos, ya sea en la naturaleza o en las ciudades. Tiempo, también, de apreciar el arte y los espectáculos.
Son momentos que nos permiten desarrollar la apreciación de la belleza y la excelencia, una de las 24 fortalezas que Seligman y Peterson (2004) definieron en su clasificación VIA (Values in action), para describir el buen carácter como una instancia importante del óptimo funcionamiento humano.
¿Y qué es entonces una fortaleza? Definimos a una fortaleza: “como una capacidad pre-existente para comportarse, pensar o sentir de una forma específica que sea auténtica y que llene de energía al poseedor, permitiendo un rendimiento, desarrollo y funcionamiento óptimos”. (Page, Govindji, Carter, Linley, 2008, p. 437)
Pero, volviendo al tema inicial de este relato, ¿qué podemos decir sobre la apreciación de la belleza y excelencia? Podemos decir que esta fortaleza consiste en notar y apreciar la belleza, la excelencia y/o el desempeño hábil en diversos ámbitos de la vida, desde la naturaleza hasta el arte, las matemáticas, la ciencia y la vida cotidiana” (www.viacharacter.org).
Disfrutamos y nos maravillamos de los nuevos lugares que conocemos o a los que volvemos a descansar. Nuestra mente y nuestro cuerpo parecen estar más predispuestos a encontrarlos. Un cóctel de emociones positivas nos invade y nos hace sentir bien. Y en muchas ocasiones nos invita a compartir con otros lo que sentimos, generando un contagio emocional que proporciona espirales ascendentes de bienestar.
Apreciar la belleza nos permite saborear el presente, vivir con más intensidad cada momento e incluirlos en nuestro cofre de recuerdos, al cual podemos recurrir cuando lo deseemos.
En mi cofre de este verano, ya llevo acumulados unos cuantos tesoros:
Afortunadamente, para descubrir la belleza y disfrutar de estas experiencias no son necesarios grandes recursos ni grandes viajes. Basta con poner en acción nuestra curiosidad, nuestra capacidad de asombro, atender al presente y observar la belleza en las pequeñas cosas:
De cara al inicio de un nuevo ciclo os planteo (y me planteo) un desafío, ¿y si esta vez, al volver a la rutina diaria, a las prisas, nos proponemos diariamente hacer una pausa para el asombro y el descubrimiento de las pequeñas cosas bellas que la vida nos regala?, ¿si recurrimos más a menudo a nuestro cofre de recuerdos?
Porque al final de cuentas, en cada día de nuestra vida, estamos ante una lluvia de perseidas, sólo hay que estar atentos y dispuestos a descubrir esos fugaces y mágicos momentos.
Y tú, ¿qué tesoros has guardado en tu cofre este verano?,
¿cuántas estrellas fugaces has atrapado?
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