“Todo el mundo le llamaba ya don Chito. Era el doctor Francesco Ingravallo, con destino en la móvil: uno de los más jóvenes, y no se sabe porqué, envidiados funcionarios de la brigada de investigación: ubicuo para los casos, omnipresente en los asuntos tenebrosos. De estatura media, tirando a lleno de cuerpo, por no decir un si es no es rechoncho, de pelo negro y espeso y encrespado que le nacía de mitad de la frente como a reparar del hermoso sol de Italia las dos protuberancias metafísicas, tenía un aire una miaja adormilado, un desmayado y lento andar, un conducirse algo torpón como de quien está justando con una digestión laboriosa: vestido según el magro sueldo estatal le permitía vestirse, y con una o dos vagas jostras de aceite en la solapa, si bien casi imperceptibles, apenas un recuerdo de su colina molisana”.
El relato, ambientado en los años treinta y revestido de una aparente estructura policiaca, intenta esclarecer dos sucesos, el robo en casa de la marquesa Menegacci y el posterior asesinato de Liliana Balducci, acaecidos en el mismo número, el 19, de la vía Merulana. Pero en realidad a Gadda le interesa poco dar una continuidad coherente a la investigación, que acaba por enmarañarse despistando a menudo al lector. Lo que verdaderamente le importa es dar rienda suelta a su desbordante creatividad verbal, con la que consigue párrafos memorables, algunos de ellos teñidos de un equívoco erotismo o de cierto humor escatológico.
Y precisamente porque el argumento no es lo fundamental, sino las invenciones lingüísticas del autor, la novela queda inacabada, como si Gadda se cansara de la trama, y nunca llegamos a conocer quién asesinó a la hermosa e infortunada Liliana Balducci. Algo que no importó en exceso al director de cine Pietro Germi, quien tuvo la osadía de convertir esta novela inclasificable en un filme perfectamente adscrito al género negro, con un comisario como es debido y una completa resolución del caso.
Carlo Emilio Gadda era ingeniero, filósofo, políglota y poseedor de una vastísima cultura, pero aún así sufrió a menudo apuros económicos que le obligaron, por ejemplo, a transigir con esta adaptación tan libre de su obra.
El zafarrancho aquel de vía Merulana es un continuo juego con la lengua italiana y sus dialectos casi imposible de verter con exactitud a otros idiomas. La única traducción al castellano de este texto se debe al escritor y crítico catalán Juan Antonio Masoliver Rodenas, que hizo un arduo y meritorio ejercicio de interpretación de las claves presentes en una novela tan extraña como exuberante, convertida muy pronto, y justamente, en obra de culto.
Javier Aspiazu
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