“Es difícil imaginar una juventud más monótona, más sórdida y más carente de toda alegría que la mía. Al evocarla al cabo de tantos y tantos años, vuelvo a sentir el inmenso tedio de aquella tranquilidad muerta que se prolongaba, se prolongaba inalterable durante el largo periodo de tiempo que transcurría entre los poquísimos acontecimientos familiares.
No conocí a mi madre que murió en mi primer año de vida. Mi familia estaba formada por mi padre, el notario Pietro Dellara; por una vieja tía suya, una solterona bajita y esquelética que dormía en la cocina, donde había colocado un biombo para ocultar su cama, y se pasaba la vida a oscuras detrás de aquel biombo; por mi hermana mayor, Caterina, a quien llamábamos Titina, y por mí, que había heredado de mi padrino el desafortunado nombre de Gaudenzia, transformado por mi familia en el ridículo diminutivo de Denza”.
La novela transcurre íntegramente en la provinciana ciudad de Novara, situada en el frío norte de Italia. Denza, la gran protagonista, nos cuenta su historia casi desde la niñez hasta que la casan con un notario. En medio asistimos a las monótonas labores cotidianas en una empobrecida familia burguesa, a la llegada de una madrastra un tanto odiosa y al primer amor: la ingenua Denza mantiene durante años una relación con el obeso Mazuchetti basada casi exclusivamente en miradas furtivas, durante la misa de los domingos o en encuentros casuales por la calle. Según nos cuenta la autora, “esos amores de miradas han entrado a formar parte de las costumbres de Novara hasta tal punto que al hablar de dos enamorados, la gente dice “Fulano mira a Mengana”. Sólo cuando se trata de obreros y comerciantes se dice “Fulano habla con Mengana”. Tras la previsible decepción, Denza empieza a ser una joven madura. Es entonces cuando le encuentran un partido que ella acepta casi de inmediato con tal de no convertirse en una solterona.
Todo esto lo cuenta la protagonista con un tono nostálgico, resignado, directo, no exento de humor agridulce y una fina ironía. Y es ese tono precisamente el que convierte la obra en una pequeña joya llena de contrastes: la novela es amarga y a la vez divertida, es una historia sencilla y al mismo tiempo rebosa de información, mucho más fidedigna que cualquier tratado erudito, sobre las costumbres y la situación de las mujeres a fines del siglo XIX. A través de su personaje, Torriani consigue transmitir toda la estrechez y la falta de horizontes (el único horizonte posible era el matrimonio), que constreñía la vida de media humanidad hasta hace bien pocas décadas. Y lo hace con una gracia y una contundencia sorprendentes. Así que si no tienen nada mejor que hacer, les invito a asistir a Un matrimonio de provincias de la mano de la Marquesa Colombi.
Javier Aspiazu
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