Greg Egan es un escritor de ciencia-ficción. Lo digo desde el principio para que sepan por donde andamos, que hay mucho prejuicio también en literatura. Pueden pasar de este comentario si piensan que la ciencia-ficción, como otros géneros literarios, no tiene ningún interés. Egan hace ciencia-ficción dura, es decir utiliza la ciencia como base de sus novelas, esa ciencia que, a los profanos, nos suena a chino. ¿Es esto un problema serio? Puede que serio no, pero desde luego es un problema. Ya ven me estoy poniendo en lo peor.
Egan ha escrito varias novelas, pueden encontrar seis de ellas en castellano, y un puñado de cuentos recogidos en diferentes volúmenes, tres de los cuales están publicados entre nosotros, generalmente en editoriales pequeñas. A veces no entiendo todo lo que escribe Egan en sus libros, a pesar de lo cual me gustan mucho. Seguramente porque el autor siempre se arregla para hacer comprensibles sus ficciones sin necesidad de entender la parte científica. Seguramente Zendegi sea su novela más accesible,
Greg Egan es un autor de ideas, pero poco a poco se va convirtiendo también en un contador de emociones. Y la unión de ambas tendencias da como resultado Zendegi. No les diré que se trata de una lectura fácil, pero sí que es de esas que obligan a poner en marcha el cerebro, algo que es muy satisfactorio en estos tiempos de lectura automática. Vuelvo al comienzo. La ciencia-ficción despierta sospechas, parece que se trate siempre de La guerra de las galaxias, pero eso no es verdad. Lamentablemente la ciencia-ficción seria está desapareciendo, al menos entre nosotros, quizá porque la fantasía, más accesible y más popular y también más conservadora, parece haberle quitado a su público, pero, afortunadamente, quedan autores como Greg Egan. Sinceramente, no se lo recomendaría si no creyera que puede gustarles. Se me ha pasado el tiempo del proselitismo y esta es una partida que doy por perdida. Pero me resisto a que se queden ustedes sin conocer a Greg Egan. El resto queda de su parte.
Félix Linares
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