Comencemos puntualizando: yo soy más de perros que de gatos. Los primeros me generan confianza, los segundos no. El perro es un animal cariñoso, fiel y cercano: el gato es esquivo, poco dado a mostrar fidelidad, y tan independiente que parece pertenecer más a un universo paralelo, que al que habitamos los humanos. Digo esto para que sepáis que no es nada fácil ganarme con una historia protagonizada por un gato, ó por varios gatos. Y el japonés Takashi Hiraide lo ha conseguido.
El gato que venia del cielo es una novela de amor, del amor que sienten dos personas, una pareja, por un gato. La pareja es un matrimonio de treintañeros que trabaja en el sector del libro.
Chibi es el gato de unos vecinos. Como todos los gatos es fiel hasta determinado punto. Le gusta investigar. Y es habitual que deje su casa para deambular por el jardín y la casa de nuestra pareja. Poco a poco el gato va conquistando los corazones de los protagonistas. Hasta tal punto que el animal se va a convertir en un miembro más de la familia. Pero el amor es difícil y en la relación habrá altibajos. Porque el gato desconfía de aquellos que se le ofrecen sin condiciones. ¿Qué hay realmente tras este cariño incondicional? Parece preguntarse el gato, y parecen preguntarse el hombre y la mujer, que nunca han sentido nada parecido por un animal. Pues no hay nada, porque al amor ó es incondicional ó no es amor.
Con estos mimbres tan escasos Takashi Hiraide arma una novela breve (156 páginas) repleta de sutilezas, una novela que sobre todo habla de la belleza de la vida y de su fragilidad. Una novela que se pregunta sobre los mecanismos del cariño, que reflexiona sobre el paso del tiempo, que habla de la filosofía que mueve las vidas de la gente. Construida con una prosa poética y elegante, además de inteligente y ligeramente humorística, el resultado es un texto dulce y melancólico, con un poso de tristeza, porque en el fondo la vida, parece decir su autor, no es más que un periodo en el que poco a poco vamos perdiendo cosas, aunque esta pérdida haya que asumirla con elegancia y esperanza. Porque tras cada pérdida, puede haber un nuevo descubrimiento. Hermosísimo libro, aunque sigan sin gustarme los gatos.
Enrique Martín
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