Itzal zaunka, el perro filósofo de Cano, Olariaga y Lopetegi

Itzal zaunka es un disco-libro que nos propone una visión descarnada del mundo, algo oscura, lúcida por tanto, pero de gran luminosidad final. El proceso creativo se inicia con los textos de Harkaitz Cano, ilustrados por Antton Olariaga y musicados en su conjunto por Jexuxmai Lopetegi.

Esta historia nos presenta a un perro sin nombre -aunque durante tiempo creyó que se llamaba Hator– al que, al contrario que al resto de la camada, un hombre le permitió vivir. “Hau ez duk nire oparia, zoriarena baizik”, le repetía su salvador, si es que se le puede llamar así. El perro, un animal filósofo, existencialista, está deprimido. Sabemos que la relación con su amo no fue demasiado buena y sabemos que la vida de su amo no acabó demasiado bien. Él deambula por las vías del tren, por zonas industriales, por páramos de cemento y grúas inmóviles, por bloques de pisos sin terminar: “Abandonuaren trazarik ezean, erdizka eta bukatu gabe dauden gauza geldiek itxaropenerako tartea usten dute”. Está cansado, le ladra a su propia sombra, y quiere descansar al fin, pero es un perro con siete vidas.

Itzal zaunka, con todo su lirismo y su sensibilidad, es una prospección sobre la soledad –hay, por cierto, un pequeño guiño a Hopper, que tan bien supo captarla-.  Sin embargo, no es una prospección ensimismada porque esa mirada singular del perro se detiene en algunas de las grietas más criticables de nuestra sociedad. Itzal zaunka es todo un estado de ánimo que ofrece un consuelo extraño pero firme. Y una esperanza.

Harkaitz Cano, además del texto de este relato, firma las letras de las canciones compuestas por Jexuxmai Lopetegi, que suenan muy bien, roqueras e íntimas, dominadas por las guitarras eléctricas y acústicas y el piano, y muy melódicas. Han contado, además, con la colaboración de otros músicos y de otros cantantes como Petti, Lidia Insausti, Unai Moraza, Ane Arruti o Andrea Lopetegi. Las ilustraciones de Antton Olariaga son un elemento sin el que el conjunto no tendría la misma transmisión, ni mucho menos. Dominadas por tonalidades oscuras, aunque con irrupciones de colores vivos, aparentemente sencillas y muy, muy expresivas, asumen, en algunas páginas en las que el texto queda en blanco, todo el peso de la narración.

Música, dibujos y letras por tanto para atrapar una emoción y hacerle frente; para componer un himno conmovedor que fortalezca a todos los derrotados.

Txani Rodríguez

Kike Martin

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