Hace ya unos meses que tenía pendiente Sánchez, la última novela hasta el momento de Esther García Llovet, y la verdad es que no me fallaba la intuición porque he disfrutado con la lectura. La historia es atómica, condensada en una sola noche, una noche de San Lorenzo de esa (leo textualmente) “temporada mágica y tan graciosa que nos tiramos en España sin gobierno y todos teníamos la sensación de estar faltando al cole por tres décimas de fiebre”.
La narradora de esta historia que apenas abarca unas horas es Nikki. Sabemos que estudió filología, pero que acabó teniendo un bar, La Racha, algo turbio y situado en mitad de ninguna parte, para, poco después, acabar metida en negocios sucios, en delitos de mediana monta. Uno de sus socios, digamos, con el que además convivió, no nos queda claro en calidad de qué, es Sánchez de quien la narradora dice: “No sé cóm
Sánchez es una novela que resuena por su originalidad; despliega un universo muy concreto, alejado de todo cliché, y nos brinda frases y observaciones chisporroteantes, pero sin pasarse. El hecho de que la narradora sea filóloga justifica determinadas expresiones y referencias. Esta novela, escrita con precisión, analiza desde la extrañeza el mundo en el que vivimos, reflexiona sobre la mala y la buena suerte, sobre el destino si se quiere, y alumbra zonas en sombra: “Las cinco de la mañana existen aunque nos las mire nadie. Están ahí, las cinco, muertas de aburrimiento, sin ganas de palique ya, esperando sentadas a que se haga de día y pase algo de una vez”. En Sánchez, a las cinco de la mañana, en un extrarradio de Madrid, puede pasar cualquier cosa, pero hay que saber pedir deseos a las estrellas fugaces.
Txani Rodríguez
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