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De mosquita muerta a madrina con Hannelore Cayre

Soy un rendido admirador del “neopolar” francés, es decir de las novelas criminales, policiacas y negras que se escriben y se publican en Francia desde los años setenta. Me encantan las series de Fred Vargas, Pierre Lemaitre y Dominique Sylvain, adoro los thrillers de Franz Thilliez y Bernard Minier y las historias peculiares de Olivier Truc y Sophie Hénaff. Y no digamos nada de los clásicos del género: Didier Daeninckx, Jean-Claude Izzo, Thierry Jonquet o Jean-Patrick Manchette: palabras mayores. Y sin embargo no había leído nada de Hannelore Cayre (Neuilly-sur-Seine, 1963) una abogada, directora, actriz, guionista y narradora, autora de seis novelas, que pasa por ser una de las mejores escritoras del género. Quizás no había leído nada porque nada se había traducido entre nosotros. Ha tenido que triunfar la versión cinematográfica de uno de sus libros, protagonizada por la gran Isabelle Huppert, para que las editoriales, concretamente el sello Siruela, se hayan fijado en ella.

La madrina, se publicó en francés hace tres años y fue un éxito inmediato. Cuenta la historia de una mujer en la cincuentena a la que nadie relacionaría con el mundo criminal. Y eso que le queda bastante cerca. Es hija y viuda de delincuentes y además es traductora de árabe para la policía y la justicia francesa. Paciencia Portafuegos, que así se llama, se crió en Túnez donde su padre había forjado un pequeño imperio criminal como mafiosillo de tercera categoría. La familia siguió en la profesión en Francia cuando los franceses debieron abandonar Túnez tras la independencia. De ahí el conocimiento del árabe de Paciencia. Su trabajo no es muy estimulante: traduce al francés horas y horas de insulsas escuchas, normalmente realizadas a pequeños camellos y a fundamentalistas islámicos de poco pelo. Lo más intenso que ha vivido es alguna operación en vivo traduciendo las palabras de los detenidos. Su escaso sueldo le ha dado para sacar adelante a sus dos hijas y para pagar la residencia donde pasa sus últimos años su madre. Para más inri su novio actual, Philipe, es policía, pero eso sí un policía honrado.

Las cosas cambiarán para Paciencia cuando traduciendo una escucha se entere de que un joven marroquí planea transportar una furgoneta cargada de cánnabis desde el norte de África hasta París. Una operación más. El problema es que el joven, Afid, es hijo de Khadidja, la mujer que cuida a la madre de nuestra heroína en la residencia, y que la cuida de manera amable y cariñosa. Y claro, Paciencia avisa a la mujer para que avise al hijo de que se deshaga del “material” antes de llegar a París. Y aquí la cosa se complica más porque la policía detiene al joven y le encarcela y Paciencia se convierte en la única persona que sabe dónde está el cannabis. Y ya que tiene la mercancía por qué no ponerla en marcha para sacar unos dineros y acabar con la vida de mierda que tiene. Y así se convierte en la Madrina, mientras varias organizaciones criminales se pelean por el alijo.

La novela respeta todos los cánones del polar. Hay gente muy dura y salvaje. Hay secretos que te pueden complicar la vida. Hay corrupción por todas las esquinas. Hay muertos y heridos. Hay violencia que se desata para atemperarse después a la espera de salirse de madre de nuevo. Hay muchas historias colaterales que enriquecen la narración: la historia del padre y sus truculentos negocios; la historia de la madre, judía superviviente del Holocausto que es incapaz de querer a nadie; la historia de un revólver y de las cosas que se hicieron con él. Y sobre todo hay un personaje fantástico, Paciencia Portafuegos, que en primera persona, con una voz desapegada, irónica, mordaz y un pelín sociópata, nos va llevando por una historia a lo Patricia Highsmith en la que todo se va complicando cada vez más y más hasta meter a nuestra protagonista en un aparente callejón sin salida. Pero Paciencia es mucha Paciencia.

Ya tengo otra escritora en mi lista de grandes del polar francés. Se llama Hannelore Cayre y lo único que espero es que se traduzcan rápidamente el resto de sus obras, entre ellas la publicada este mismo año, Richesse oblige, que tiene una pinta magnífica. Animaos editores, la gloria os espera.

Enrique Martín

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