Eli Galdos, en mi memoria, en 1964, en Gasteiz

A estas horas de este complicado lunes de Pascua están devolviendo a la tierra de Oñate el cuerpo de Eli Galdos. Quiero aportar un testimonio personal a su biografía, una biografía que, como casi siempre, se hace a partir del final, en función de la última parte de la vida, en interés de terceros.

Estamos en 1964. Eli tiene 30 años. Tiene además un apetecible Peugeot con matrícula belga, que pone a disposición de actividades subversivas, no precisamente de EGI, aunque también podía haber servido para un EGI en el que no militó, a pesar de lo que se ha dicho ahora.

  

Eli ya tiene esa sonrisa que le cerraba los ojos y que le acompañó hasta el final. Está soltero. Le ha echado el ojo a Mari Tere, a quien ha conocido por su hermana Mari Carmen, casada con un ingeniero guerniqués que han contratado para Tximist. Le encaja que también yo sea guerniqués, y quiere salir de dudas.

Entro a la consulta de dentista en la que nos citábamos y me reciben en la puerta los curiosos ojos de Eli. En la silla de dentista, de espaldas, hay una joven. Dentro ya, la voltea y nos enfrenta a la que sería luego su esposa y a mí. Nos enfrenta a la sorprendida Mari Tere y a mí, algo más que sorprendido. Por supuesto, nos conocíamos. Hubo un tiempo, breve, en que fue medio novia de mi mejor amigo, de Javi Bareño.

Este también era Eli Galdos (lean por favor Gáldos). En ese 1964 no tenía todavía relación con Zumalde, El Cabra, que luego, a partir de 1966-67 seguramente, sí fue intensa. La biografía posterior es más conocida: alcalde, viceconsejero, diputado general… burukide del PNV, atípico, me atrevería a decir, aunque podría elegir otros calificativos.

Se comprometió pronto, a su manera, con este país. Comprometió mucho, y tenía mucho, cuando casi nadie de su estilo lo hacía. Que le critiquen otros, si quieren, que le alaben exageradamente otros, si quieren. Yo, me quedo con su sonrisa, con esa sonrisa que le acompañó siempre y que le cerraba los ojos.

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