Cuando nuestros sentidos nos engañan

Una de las verdades de la vida que tenemos que asumir es que nuestro cerebro nos engaña, nuestros sentidos nos engañan y nuestro cuerpo nos engaña. Como explican los neurocientíficos Susana Martínez Conde y Stephen Macknick en su libro Los engaños de la mente, las cucharas que se doblan, las sillas que desaparecen ante nuestros ojos, los pañuelos que cambian de color, la paloma en la jaula y el conejo en la chistera no son sino ilusiones ópticas. La magia es un engaño de la mente y algo especialmente fácil de hackear es nuestro sistema visual, formado por ojos y cerebro.

Cada ojo equivale a una cámara de un megapixel. No parece gran cosa, la verdad, lo que pasa es que nuestra imagen del mundo es tan rica y detallada debido a los procesos de relleno que hace el cerebro para completar el cuadro. Y claro, el relleno a veces es una interpretación libre de nuestra cabecita.

Un truco que aparece como ejemplo en el libro. Una mujer aparece en el escenario con un vestido rojo. El vestido, eso no lo sabemos, está sujeto con hilos y velcro sobre otro vestido exactamente igual, pero de color blanco. El mago hace que descienda el nivel de luminosidad, se abre una trampilla, tira del hilo, el vestido rojo desaparece y lo que parece un burdo truco es magia para el público que ha visto como el vestido cambiaba de color en un latido.

El truco está en que una luz intensa que luego disminuye deja al público momentáneamente cegato y que, durante el tiempo en el que el vestido ha estado iluminado, las neuronas de nuestra retina especializadas en distinguir el color rojo se han adaptado, se encuentran cómodas viendo su color favorito… tanto que cuando el vestido iluminado desaparece durante un lapso de tiempo seguimos viendo ese color. Es como cuando miramos una bombilla, o un aparato que desprende luz y cerramos los ojos o miramos a otra parte. La huella fantasma de la bombilla sigue ahí varios segundos después.

Ilusiones ópticas aprovechadas por los magos hay unas cuantas.. aunque todo esto viene al hilo de una noticia que se basa más en el tacto que en la vista. Se trata de un llamativo estudio realizado por neurocientíficos de la Universidad de Bielefeld en Alemania, el Instituto Max Planck de Cibernética Biológica en Alemania, y la Universidad de Milán-Bicocca en Italia, que revela lo asombrosamente fácil y rápido que es hacer pensar a una persona algo tan absurdo como que su mano es de mármol. Si nos ponemos en situación podríamos intentar repetirlo en casa.

Vamos a ver, necesitamos dos ayudante y una persona con ganas de experimentar esta sensación tan rara. El conejillo de indias debe sentarse en una mesa con los brazos extendidos sobre ella. Le vamos a vendar además los ojos para que se quede más impactado. El ayudante número 1 debe darle golpecitos con un objeto en una mano. El estudio dice que utilizaron un martillo pero este instrumento parece un poco exagerado, así que pongamos que usamos una espumadera.

Mientras el ayudante número 1 golpea al conejillo en una mano con la espumadera, el segundo ayudante golpea al mismo ritmo un pedazo de mármol, aquí sí, con un martillo. Ambos ayudantes deben estar compenetrados porque el truco está en que cuando el objeto de estudio sienta el golpe, oiga un entrechocar de piedra. Si todo sale como es debido, en cuestión de minutos, el sujeto de estudio comenzará a sentir sus manos más rígidas, pesadas y duras, menos sensibles, y poco naturales. Vamos, la mano se le ha convertido en mármol, o al menos así la sentirá.

La explicación de nuevo tiene que ver con lo fácil que es hackear nuestros sentidos. Para percibir nuestros cuerpos y el mundo que nos rodea, nuestro cerebro combina constantemente la información recibida por diferentes sentidos con el conocimiento previo obtenido de la memoria. Sin embargo, la composición de nuestro cuerpo nunca cambia, el cerebro no pierde tiempo recordando que estamos hechos de carne y hueso.

Esta novedosa y extravagante ilusión corporal, la de tener una mano de mármol, demuestra que el material del que percibimos que está hecho nuestro cuerpo, puede variar rápidamente gracias a una ilusión sonora. Esta sorprendente plasticidad perceptiva podría explicar por qué las prótesis pueden ser asimiladas rápidamente por el usuario como una parte integrante de su cuerpo, o por qué la gente experta en el manejo de una herramienta sienten que esta es una prolongación de su cuerpo.

La entrevista con Susana Martínez Conde en La Mecánica del Caracol sobre este tipo de cuestiones se puede escuchar aquí.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *